viernes, 29 de mayo de 2009

Sobre la denominación de la misa según la forma extraordinaria del rito romano


El blog amigo La Buhardilla de Jerónimo nos adelantó el prólogo que el cardenal Cañizares, prefecto de la Congregación para el Culto Divino, ha escrito para la edición española del reciente libro R. P. Nicola Bux que lleva por título La Reforma de Benedicto XVI. La liturgia entre la innovación y la tradición. En él nuestro purpurado, tratando sobre el tema de la denominación más adecuada de la misa según el rito romano extraordinario, comenta la propuesta que hace el P. Bux en los siguientes términos:

La reforma de Benedicto XVI es, pues, un libro rico en datos, reflexiones e ideas, y de entre los múltiples asuntos en él tratados quisiera resaltar algunos puntos:

“El primero es acerca del nombre con el cual llamar a esta Misa. El autor propone llamarla al estilo oriental «liturgia de San Gregorio Magno». Es tal vez mejor que decir simplemente «gregoriana», pues puede prestarse a un doble equívoco (que podría en todo caso evitarse con la denominación «dámaso-gregoriana»). También es más conveniente que «Misa tradicional», donde el adjetivo corre peligro de contaminarse de una carga o bien polémica o bien «folclórica»; o que «modo extraordinario», que es una denominación demasiado extrínseca. «
Usus antiquior» tiene el defecto de ser una referencia meramente cronológica.

“Por otra parte,
«usus receptus» sería demasiado técnico. «Misal de de San Pio V» o «del Beato Juan XXIII» son términos demasiado limitados. El único inconveniente es que en el rito bizantino ya hay una liturgia de San Gregorio, Papa de Roma; la de los dones presantificados usada en cuaresma”.

Rvdo. D. Nicola Bux, autor del libro

En las iglesias de la tradición bizantina se emplean tres formularios para la misa: uno más elaborado, que es la liturgia de San Basilio Magno (en los domingos de Cuaresma menos el de Ramos, el Jueves Santo, la vigilia pascual y las vigilias de Navidad y Epifanía, así como en la fiesta de este padre capadocio); otro, más breve, conocido como la liturgia de San Juan Crisóstomo (en los demás días), y otro, en fin (como muy bien apunta el cardenal Cañizares), llamado liturgia de los dones presantificados, atribuida a San Gregorio Magno (para los miércoles y viernes de Cuaresma, considerados días de especial penitencia). La denominación propuesta por el P. Bux resultaría, pues, confusa y habría que especificar cada vez –refiriéndose a la misa según la forma extraordinaria– que se trata del rito romano y no del bizantino.

La designación como “misa gregoriana”, puesta en uso por el cardenal Castrillón, presidente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, efectivamente se podría prestar a un doble equívoco: el confundirla con una de las misas que en serie de treinta se dicen consecutivamente y sin interrupción por un difunto y a la que están ligadas especiales indulgencias o con la misa interpretada en canto llano (llamado gregoriano). La expresión “misa dámaso-gregoriana” no nos parece afortunada porque parecería sugerir que esta liturgia de la misa fue creada por San Dámaso I y refundida por San Gregorio I y se quedó en ese estadio (podría llamársela con motivo semejante “misa leoniano-gelasiana” por los sacramentarios en los que se halla descrita, pero tampoco sería adecuado y rezumaría un cierto arqueologismo).

Llamar a esta misa “tradicional” puede, ciertamente, causar resquemor en quienes defienden que la misa salida de la reforma post-conciliar está en continuidad con la tradición litúrgica de la Iglesia y es, por lo mismo, también “misa tradicional” (de hecho es lo que sostiene monseñor Pere Tena, primer presidente del Centro de Pastoral Litúrgica de Barcelona y discípulo aventajado de monseñor Bugnini, el alma del Consilium). Por otra parte, existe el peligro de que “tradicional” adquiera una connotación polémica ligada a algunos excesos del llamado “tradicionalismo” (los “ismos” son, por ello, a menudo peligrosos). Misa “tradicional” se contrapondría así a “misa nueva” en el sentido de quienes asumen que ésta es herética o no es válida. El cardenal Cañizares también apunta la posibilidad de interpretar “tradicional” en el sentido de “folklórico” (análogamente a como se llama “música tradicional” a la música étnica o de las sociedades primitivas).

Misa según la forma extraordinaria del rito romano no define en realidad la misa, sino la circunstancia extrínseca de su empleo y es ésta una importante observación del prefecto del Culto Divino, que señala, así la insuficiencia de una designación a todas luces provisional establecida por el papa felizmente reinante. Además, hay que decir (como el propio cardenal señalará a continuación en su prólogo) que el adjetivo “extraordinario” aplicado a la misa de que se trata es susceptible de ser tomado en el sentido de que este rito no debe ser “frecuente” y se permite sólo “por vía de excepción” (que es como, de hecho, lo han tomado y lo siguen tomando algunas conferencias episcopales y muchos obispos en el mundo, a pesar de la clara intención de Benedicto XVI de la normalización de una misa que, como él mismo interpretó auténticamente, nunca fue abrogada).

“Extraordinario” también puede tomarse en el sentido de “excelso” y “sublime” (y en esto estaríamos plenamente de acuerdo porque la misa que nos ocupa lo es), pero esto no define propiamente el rito ni lo encuadra en un marco histórico y litúrgico (los ritos orientales son también extraordinarios y fuera de lo común por su gran belleza).

El cardenal Cañizares considera “usus antiquior” como una expresión meramente cronológica. Añadimos que también podría aplicarse, según el caso, a los distintos ritos latinos previos a la reforma litúrgica post-conciliar (el mozárabe, el ambrosiano, etc.). Por lo tanto sería equívoca y demasiado genérica. “Usus receptus”, además de demasiado técnico, se podría aplicar a fortiori al rito reformado en 1970, que ciertamente fue “recibido” (e impuesto, todo hay que decirlo) en el ámbito prácticamente universal del rito romano.

Hablar, en fin, de “misa de San Pío V” (o “misa tridentina”) es limitarla en el tiempo y no tener en cuenta las aportaciones de los papas sucesivos. Por lo mismo, llamarla “misa del beato Juan XXIII” o “de 1962” es también una limitación cronológica y estancaría la misa en un estadio, fosilizándola e impidiendo los eventuales enriquecimientos que prevé el propio Benedicto XVI en el motu proprio Summorum Pontificum.

Nos parece, en cambio, que se tendría que retomar la concepción del gran liturgista alemán Klaus Gamber (foto), que habló de “ritus romanus” y “ritus modernus”, aunque con una salvedad. En su magnífico estudio que lleva precisamente ese título expone monseñor Gamber la génesis y desarrollo del uso hoy llamado extraordinario del rito romano: una evolución armónica desde un núcleo primitivo, que la tradición litúrgica se encargó de depurar a lo largo de los siglos, resultando de ello una obra “clásica”. Ésa es la clave: lo clásico, es decir, aquello consagrado por el tiempo y la eficacia que se tiene por “modelo digno de imitación” (que es como se define lo clásico). Monseñor Gamber identificaba “romano” con “clásico”, porque lo romano evoca históricamente la Antigüedad clásica. Pero sería hacer injusticia al rito postconciliar que, aunque bien es verdad que constituye una innovación en su mayor parte (y, en no pocos casos, es una creación ex novo, como admitió su principal artífice monseñor Bugnini) y es difícil ver sus conexiones con la larga tradición litúrgica romana, no deja de ser un rito para uso de la Iglesia romana.

Se nos ocurre que la denominación “misa romana clásica” es la ideal, puesto que evita valoraciones subjetivas y controversias inútiles. La mejor analogía que podríamos encontrar es la que distingue, dentro de la música culta, la música clásica y la música moderna. La primera es el resultado de una larga evolución histórica desde unos elementos básicos y tradicionales (tonalidad, cromatismo y equilibrio entre melodía, ritmo y armonía); la segunda, en cambio, rompe moldes y emprende nuevas búsquedas con resultados inéditos (atonalidad, dodecafonismo, música concreta, etc.). No quiere decir que una música sea buena y la otra mala, pero sí dos cosas muy distintas entre sí, cuya aceptación dependerá de la percepción del oyente y de su formación musical (lo que no quiere decir que la misa sea cosa de apreciación estética, pues ya decimos que hablamos analógicamente).

Así pues, podríamos denominar “misa romana clásica” al uso extraordinario del rito romano y “misa romana moderna” al uso ordinario de ese mismo rito.

domingo, 24 de mayo de 2009

Muere monseñor Mario Marini, secretario de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei


IN MEMORIAM

Mons. MARIO MARINI

(1936-2009)

R.I.P.


Según informa el blog Rorate coeli (http://rorate-caeli.blogspot.com/), esta mañana del día de María Auxiliadora ha fallecido en Roma monseñor Mario Marini, secretario de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei desde marzo del año pasado, cuando el Su Santidad papa Benedicto XVI lo promovió a este puesto ocupado hasta entonces por monseñor Camille Perl, a su vez ascendido a vice-presidente de este mismo dicasterio.

Monseñor Marini era originario de Cervia en la provincia de Ravenna (Romaña), donde había nacido el 13 de septiembre de 1936. Se doctoró en Ingeniería Civil por la Universidad de Bolonia antes de sentir el llamado al sacerdocio, cuyo camino emprendió en los años sesenta, en pleno concilio ecuménico. Una vez ordenado fue a México, donde permaneció dos años como misionero, atraído por el catolicismo de ese país, al que había aprendido a admirar gracias a su amistad con seminaristas mejicanos del Colegio Pío Latinoamericano de la Via di Torre Rossa.

A su regreso de tierras americanas entró en la Curia Romana, sirviendo sucesivamente como oficial en la Secretaría de Estado, como jefe de despacho en la Congregación para el Clero y como subsecretario de la Congregación para el Culto Divino y la disciplina de los Sacramentos. El 7 de julio de 2007, el mismo día de la publicación del motu proprio Summorum Pontificum, Su Santidad el papa Benedicto XVI lo nombró subsecretario de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, sin duda por recomendación del cardenal Castrillón Hoyos, bajo cuyas órdenes había estado cuando éste era prefecto de la Congregación para el Clero.

En el desempeño de su cargo en la Congregación para el Culto Divino, por la misma época en la que fue prefecto de ella el cardenal Medina Estévez, monseñor Mario Marini se distinguió como defensor del derecho de los fieles a recibir la comunión hincados de rodillas, contra la práctica abusiva muy extendida entre los sacerdotes de obligar a éstos a ponerse de pie para comulgar y negándosela en caso contrario (cfr. http://www.corazones.org/doc/comunion_rodillas.htm). En la Pontificia Comisión Ecclesia Dei siempre fue un amable interlocutor, bien dispuesto y sincero amigo de la Tradición.

Como dato curioso, consignamos que a monseñor Marini se lo conocía como “el tercer Marini” para distinguirlo de sus colombroños el arzobispo Piero Marini (actual responsable de la organización de los Congresos eucarísticos) y monseñor Guido Marini, sucesor del primero como ceremoniero pontificio.

Monseñor Mario Marini era canónigo del capítulo de la Basílica de San Pedro. Que descanse en paz y haya premiado Dios su buen hacer.

viernes, 22 de mayo de 2009

A favor de las preces leoninas


No se puede negar que, a pesar de la firme voluntad del Papa de poner orden en lo que a la Sagrada Liturgia en el ámbito latino se refiere (secundado por la Congregación para el Culto Divino y la Pontificia Comisión Ecclesia Dei), reina aún la confusión en este campo. Décadas de experimentaciones, extralimitaciones y abusos desgraciadamente no se pueden borrar de un plumazo, ya que han creado atavismos y formas mentales que hacen olvidar que el culto público debido a Dios es obra de Cristo y de la Iglesia (como enseñó Pío XII) y no está sujeto al capricho personal de nadie, aunque se trate de obispo o aun cardenal. Hoy en día, a pesar de que la época que podríamos llamar “salvaje” de las celebraciones litúrgicas felizmente ya ha pasado, quedan no obstante resabios de rebeldía y, sobre todo, una cierta tendencia a decidir sobre elementos de los sagrados ritos que no son ad libitum, sino que están perfectamente reglamentados. Y esto se ha llegado a contagiar incluso inconscientemente a no pocos de quienes se acogen a los libros litúrgicos del usus antiquior del rito romano, como se ve en la difundida práctica de omitir completamente, al final de las misas rezadas, las preces leoninas, que, sin embargo, continúan estando vigentes con toda fuerza de obligatoriedad.

Como se recordará, el sacerdote, después del último evangelio desciende al plano del altar y se arrodilla para recitar tres avemarías, una salve con versículo y oración, el exorcismo corto de San Miguel y tres jaculatorias al Sagrado Corazón de Jesús. Tras lo cual se levanta, sube a la predela del altar para tomar el cáliz y retirarse hacia la sacristía. Pues bien, en varios lugares en los que se sigue la liturgia romana extraordinaria hemos podido comprobar cómo sacerdotes, por otra parte buenos y observantes, acaban la misa con el último evangelio y, todo lo más, se marchan al son de alguna antífona mariana o algún otro motete o cántico. Y no se trata de misas solemnes o cantadas, de misas conventuales o de circunstancia, en cuyo caso naturalmente se omiten las preces leoninas a tenor de la norma vigente. Hablamos de misas cotidianas, simplemente rezadas, las que antes se llamaban misas “privadas” (por razón de la solemnidad, no porque la misa sea un acto privado, que no lo es nunca). Aquí nos hallamos frente a un claro abuso, cometido probablemente por inadvertencia o por ignorancia y hasta conscientemente pero en buena fe.

Digámoslo claro: las preces leoninas no han sido suprimidas y continúan perfectamente vigentes a estar a la edición del Misal Romano de 1962, que se rige por el código de rúbricas de 1960 y los decretos complementarios de la entonces Sagrada Congregación de Ritos. Por lo que concretamente respecta a aquéllas, la última disposición que sirve de referente es el decreto de este dicasterio que lleva fecha del 9 de marzo de 1960. En él se disponen dos cosas: a) que las preces leoninas pueden suprimirse en las misas denominadas “dialogadas”, y b) que pueden recitarse en lengua vernácula. De todos modos, esto ha de interpretarse como una concesión y no como un mandato, ya que el texto del decreto dice “possunt” y no “debent”. Es decir, queda salva la posibilidad de seguir recitando las preces leoninas incluso en las misas dialogadas y en latín. En cualquier caso, las preces leoninas, aunque en un ámbito quizás más restringido que antes, siguen estando en vigor y son obligatorias, y nada excusa su omisión fuera de los casos permitidos por la legislación litúrgica. A nuestro modesto entender, no sólo son obligatorias, sino muy convenientes, especialmente en estos tiempos de sorda persecución contra la Iglesia y de encarnizamiento contra la persona del Santo Padre felizmente reinante.

Reflexionemos un momento en el hecho de que las preces leoninas fueron instituidas en circunstancias muy parecidas a las que nos está tocando vivir. En 1859, el beato Pío IX dispuso que todos los sacerdotes en el territorio de los Estados Pontificios rezaran de rodillas, inmediatamente después de la misa y juntamente con el pueblo, tres avemarías y una salve seguidas de una oración pidiendo la intercesión de los santos para conjurar los graves peligros que amenazaban el poder temporal de la Iglesia por obra de los sectarios. Éstos, no se olvide, llevaban a cabo una campaña de desprestigio y de odio contra el papa Mastai, semejante a la que hoy se desarrolla contra Benedicto XVI (el nivel de inquina contra el beato Pío IX era tal que durante sus funerales se llegó a pretender lanzar al Tíber el féretro con sus restos mortales, lo cual fue evitado a duras penas). Las preces ordenadas por aquél continuaron rezándose aún después de la caída de Roma y la expoliación sardo-piamontesa, pues el nuevo régimen emprendió una política anticlerical (con desamortización incluida). En 1884, León XIII renovó el mandato de rezar las oraciones de su predecesor y las extendió a todo el mundo para obtener la libertad de la Iglesia en Alemania, perseguida por Bismarck y su Kulturkampf. Después de la pacificación con el Reich, el mismo papa ordenó tres años más tarde que las preces pianas se rezaran por la conversión de los pecadores, pero modificó la oración después de la salve y añadió otra en forma de exorcismo dirigida a San Miguel Arcángel. Desde entonces pasaron a llamarse preces leoninas. En 1904, san Pío X añadió la triple invocación al Sagrado Corazón de Jesús. Finalmente, Pío XI -que había presenciado de cerca los horrores del comunismo cuando, antes de ser papa, fue nuncio en Polonia- estableció que las preces leoninas se ofrecieran por la conversión de Rusia.

Hay que decir que estas plegarias tan útiles no son propiamente litúrgicas, debiendo ser consideradas como un ejercicio de devoción privada (de ahí que se omitan en las misas que revisten solemnidad). Por eso se las ha querido eliminar en más de una ocasión de la recitación pública. Según refiere el P. Jungmann en su clásico libro El Sacrificio de la Misa (Missarum Sollemnia), en una sesión de la Sagrada Congregación de Ritos que tuvo lugar en 1928 se planteó su supresión y cuando ya todos estaban de acuerdo en ello, se levantó un anciano cardenal que peroró a favor de esas preces aduciendo que León XIII le había confiado que quería contrarrestar con ellas a la Francmasonería (cuyas intrigas contra la Iglesia había denunciado en su encíclica Humanum genus de 1884). Este argumento convenció a los asistentes a la sesión, que decidieron mantenerlas después de todo. Testigo de la escena fue el reverendo Franz Brehm, de la importante editorial litúrgica Pustet de Ratisbona, que fue quien se la contó al P. Jungmann. Dado que las circunstancias de entonces no han cambiado sino que, al contrario, han empeorado debido a la laicización y apostasía contemporáneas, no vemos por qué justo ahora pueda considerarse que las preces leoninas son inútiles.

Sí quizás podría modificarse la postura del sacerdote que las dice, ya que no se comprende bien por qué ha de arrodillarse con todos los ornamentos de sacrificador habiendo acabado la misa para recitar unas oraciones no litúrgicas. Sería conveniente que pudiera pronunciarlas de pie, aunque el resto de la asistencia continúe estando de rodillas. Pero hoy por hoy está mandada otra cosa y a ello hemos de atenernos hasta que la autoridad competente en materia litúrgica disponga otra cosa. No podemos criticar con autoridad moral las desviaciones en el culto de aquellos que reivindicaban -y persisten en reivindicar- “libertad”, “originalidad”, “creatividad”, “espontaneidad”, y han hecho mangas y capirotes de la acción sagrada, si caemos en la misma desobediencia a las rúbricas (aunque sea por buena voluntad) y comenzamos a suprimir cosas que nos parecen superfluas u obsoletas. Así comenzó la revolución litúrgica. Sigamos más bien el ejemplo de Santa Teresa, la cual decía que “habría dado la vida por la menor de las rúbricas” con lo cual expresaba un auténtico amor a lo que es en el fondo la liturgia: obra de Dios.





Decreto de la S. Congregación de Ritos
sobre las preces leoninas

Han preguntado algunos Ordinarios de lugar a la Sagrada Congregación de Ritos si el Decreto núm. 4.305, de 20 de junio de 1913, que permite que puedan omitirse las preces al fin de la Misa, cuando la misa se celebra “con alguna solemnidad”, puede extenderse también a las misas dichas “dialogadas”, que se tienen según la Instrucción de la S. Congregación de Ritos de 3 de septiembre de 1958, núm. 31.

Y la S. Congregación de Ritos, oído el parecer de la Comisión Litúrgica, ha juzgado que debe contestarse:

Affirmative et ad mentem.

La mente es: que las llamadas “Preces Leoninas” pueden omitirse:

1.- Cuando se celebra la Misa de Desposorios, o con ocasión de primera Comunión, Comunión general, sagrada Confirmación, Ordenación sagrada o Profesión religiosa.

2.- Cuando se siga inmediata y legítimamente alguna otra función o ejercicio piadoso.

3.- Cuando se tenga homilía en medio de la Misa.

4.- Cuando se celebra Misa dialogada, pero sólo en los domingos y días de fiesta.

5.- Además, los Ordinarios de lugar pueden permitir que dichas preces se digan en lengua vernácula, según texto aprobado por ellos.

Habiendo manifestado el infrascrito Cardenal Prefecto de la S. Congregación de Ritos todas estas cosas a nuestro Santísimo Señor Juan Papa XXIII, Su Santidad se ha dignado benignamente aprobar y confirmar la respuesta de la misma Sagrada Congregación. Sin que obste nada en contrario.

Día 9 de marzo de 1960.

L+S

C. Cardenal Cicognani, Prefecto

Enrico Dante, Secretario



(Para los datos históricos hemos consultado el libro Historias de los Papas
del sacerdote J.A. Santolaria de Puey y Cruells, editado por Plaza & Janés en 1999).

lunes, 18 de mayo de 2009

Tres años del blog ORBIS CATHOLICVS, pulso de la Romanidad



Hoy está de aniversario un blog amigo: ORBIS CATHOLICVS. Se trata de la iniciativa de un joven estudiante norteamericano residente en Roma: John Paul Sonnen. El 18 de mayo de 2006, por sugerencia de la srta. Mary Gibson, también estudiante en la Ciudad Eterna, John –que, según él mismo admite, no sabía lo que era un blog– comenzó a publicar ORBIS CATHOLICVS ROME TOURS.

Sus entradas han sido desde el principio como breves estampas y pinceladas de la vida cotidiana romana, abarcando sus diversos aspectos: desde el litúrgico hasta el culinario. Tienen la virtud de ser breves y gráficas, sin largas explicaciones, lo cual hace de ORBIS CATHOLICVS un sitio ágil y ameno.

Hoy, con tres años de perseverante andadura, este blog es uno de los más visitados y populares entre los internautas católicos (y los que no lo son pero se hallan interesados en la Cultura), constituyendo un referente obligado para enterarse de lo que pasa en la Urbe.

ORBIS CATHOLICVS ha sido, además, y es un valioso apoyo para la causa que defiende UNA VOCE, haciéndose eco positivo del motu proprio Summorum Pontificum y de su aplicación en Roma e Italia. También es de destacar su valiente y decidido compromiso en la defensa de la memoria del gran pontífice romano Pío XII.

ROMA AETERNA no puede por menos de regocijarse por la existencia de esta crónica viva de la que es capital espiritual del mundo para los que aman la Civilización con mayúscula y desea a John Paul Sonnen una más larga y proficua trayectoria en su empeño por difundir ese espíritu único que es la romanità. ¡Feliz aniversario, ORBIS CATHOLICVS!

AD MVLTOS ANNOS!


Una joya escondida: libro de la Dra. Maria Montessori explicando la Santa Misa (y 8)