domingo, 26 de abril de 2009

Breve historia de la FIUV (I)




La Constitución Sacrosanctum Concilium sobre sagrada liturgia fue promulgada por el papa Pablo VI el 4 de diciembre de 1963. Las discusiones habían sido vivas en el aula conciliar antes de llegar a una redacción definitiva del documento, pero finalmente se había llegado a un consenso aceptable para todos, prueba de lo cual fue el hecho de haber obtenido la aprobación de los padres por 2.147 votos a favor y sólo 4 en contra. Objetivamente considerada, la Sacrosanctum Concilium no era revolucionaria: asumía las enseñanzas del magisterio papal reciente en materia litúrgica como el motu proprio Tra le sollecitudini de san Pío X y, sobre todo, la encíclica Mediator Dei de Pío XII; se mantenía al latín como lengua litúrgica; se primaba el canto gregoriano como el propio y prioritario del rito romano; se proponían, en fin, revisiones razonables de diferentes ritos. Si la reforma litúrgica se hubiera emprendido ateniéndose estrictamente a lo establecido en la constitución conciliar la Iglesia Católica se hubiera ahorrado décadas de amargas controversias, pero desgraciadamente no fue así.

El 29 de enero de 1964, era erigido el Consilium ad exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia (Consejo para la implementación de la reforma litúrgica), bajo la presidencia del cardenal Giacomo Lercaro, arzobispo de Bolonia, y teniendo como secretario al entonces P. Annibale Bugnini, C.M. (foto). Este organismo, aunque se ocupaba de materia que era de la competencia de la Sagrada Congregación de Ritos, era autónomo respecto de ésta y tenía completa libertad de acción (en la práctica, la congregación se convirtió en un mero ejecutor de los dictados del Consilium, de lo cual se quejaría con amargura uno de sus cardenales prefectos: el español Arcadio María Larraona). Formaban parte de él una cincuentena de cardenales, obispos y otros prelados y estaba dividido en 39 comisiones (coetus), cada una encargada de un tema específico y teniendo un relator a la cabeza, asistido de un secretario. Las comisiones preparaban los schemata que eran sometidos al examen de los obispos. Una vez aprobados, se sometían al juicio del Papa.

El Consilium comenzó pronto a emanar documentos. Ya Pablo VI había adelantado la aplicación de algunas de las disposiciones conciliares mediante el motu proprio Sacram Liturgiam de 25 de enero de 1964 (formación litúrgica en los seminarios, comisiones diocesanas de liturgia, inserción de la confirmación y el matrimonio dentro de la misa, dispensas relativas al rezo del oficio divino), pero sin tocar los ritos. Sin embargo, el 26 de septiembre de 1964, comenzó el primer desmantelamiento del milenario edificio litúrgico del rito romano con la instrucción Inter Oecumenici, en virtud de la cual se modificaba el ordinario de la misa y se introducía en él ampliamente el uso de la lengua vernácula. También se introdujeron los primeros cambios en la disposición interna de las iglesias como consecuencia de un marco de la celebración con elementos nuevos (sede, ambón, altar separado del muro). Todo esto alarmó considerablemente a muchos porque revelaba claramente la intención de ir más allá de lo establecido por la constitución conciliar.

Fue entonces cuando la Dra. Borghild Krane (1906-1997), psiquíatra noruega (foto), hizo un llamado a todos los católicos preocupados por la herencia litúrgica de la Iglesia a fin de unir esfuerzos en su defensa. Ésta fue la primera iniciativa que llevaría a la fundación de UNA VOCE y es significativo que procediera de un país protestante en el que el catolicismo es una exigua minoría: prueba del fino instinto que desarrollan los católicos cuando viven en un medio que no les es favorable. La Dra. Krane entró en contacto con el Dr. Eric Maria de Saventhem (1919-2005), que no era otro que Erich Vermehren, un antiguo miembro de la resistencia anti-nazi alemana que había trabajado a las órdenes del almirante Canaris en la célebre Abwehr (servicio secreto alemán). Ambos se pusieron de acuerdo para fundar una organización internacional, a la que pusieron por nombre UNA VOCE, en alusión a las palabras del prefacio de la Santísima Trinidad que introducen el Sanctus y que hablan de los coros angélicos, “qui non cessant clamare quotidie una voce dicentes…” (“que no cesan de clamar a diario, diciendo todos a una…”). Esta afortunada denominación nos lleva a considerar que la liturgia es alabanza y adoración, y que la liturgia terrestre debe ser reflejo y anticipación de la eterna liturgia celestial y, por lo tanto, no es mera obra de hombres, sino que baja de lo alto a través de la Iglesia.

Durante los últimos meses de 1964 y los primeros de 1965, se formaron las primeras asociaciones nacionales de UNA VOCE: en países como Francia, los Estados Unidos, Alemania y el Reino Unido. Delegados de seis de ellas se dieron cita en Roma para cambiar impresiones y coordinar esfuerzos. Fue esto a principios de 1965, por la misma época por la que entraba en vigor lo dispuesto por la instrucción Inter Oecumenici y se confirmaban los temores de que la cosa no pararía allí, sino de que se iría a más. Un verdadero prurito de novedad lo había invadido todo y se avanzaba frenéticamente hacia un cambio drástico de lo que hasta entonces había sido el culto católico (de ello daría fe en sus memorias, con no disimulado desagrado, el cardenal Ferdinando Antonelli, miembro destacado del Consilium). Los primeros abusos comenzaron a hacerse patentes. Cuando el 8 de enero de 1967 se erigió en Zürich (Suiza) la Federación Internacional que agrupaba a las asociaciones nacionales UNA VOCE bajo la presidencia del Dr. de Saventhem (foto), se hallaba en plena marcha la reforma total de la misa. El 4 de mayo de ese mismo año se publicó la instrucción Tres abhinc annos, que introducía nuevas modificaciones en el ordinario de la misa y en el rezo del breviario y ampliaba aún más el uso de la lengua vernácula (incluso en el canon de la misa). Se trataba de una medida provisional, pues la entera reforma del rito de la misa estaba ya muy avanzada.

En el curso del Sínodo de los Obispos de 1967, se ensayó un nuevo ordenamiento del rito eucarístico llamado missa normativa, el cual fue celebrado por el propio P. Bugnini en la Capilla Sixtina el 24 de octubre en presencia de los padres sinodales. Demandada la opinión de éstos mediante voto, el resultado fue en conjunto desfavorable, pero ello no impidió que, hechos algunos retoques, dicha misa fuera impuesta dos años más tarde con el nombre de Novus Ordo Missae (NOM) en virtud de la constitución apostólica Missale Romanum promulgada por Pablo VI con fecha 3 de abril de 1969. Tres días después de esta fecha se publicaba la primera edición típica del nuevo misal, el cual fue inmediatamente objeto de un severo juicio teológico y litúrgico por parte de un selecto grupo de estudiosos romanos, cuyo Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae fue presentado al Papa con el respaldo de los cardenales Alfredo Ottaviani, prefecto emérito de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe (foto), y Antonio Bacci, eximio latinista.

La carta de los dos purpurados que acompañaba el estudio fechada en la festividad de Corpus Christi de 1969– era contundente: el Novus Ordo Missae “se aleja de manera impresionante, en conjunto y en detalle, de la teología católica de la misa, tal como fue formulada en la XXII sesión del concilio de Trento, el cual, al fijar definitivamente los canones del rito, levantó una barrera infranqueable contra toda herejía que pudiera menoscabar la integridad del Misterio”. De hecho, este alejamiento era patente en la definición de la misa que ofrecía el artículo 7 de las normas generales del nuevo misal, en la cual se omitía toda referencia a un sacrificio propiciatorio y, en cambio, se enfatizaba el carácter de cena y de asamblea en un modo que parecía más protestante que católico. Pablo VI tomó en cuenta, sin duda, las observaciones del Breve Examen Crítico, ya que rectificó la redacción del polémico artículo 7 en un sentido ahora claramente católico. Sin embargo, fue la única modificación que se hizo del rito, el cual debía entrar en vigor en 1970.

En los países que habían atravesado por la reforma protestante y en los que el catolicismo había tenido que convivir con ella (Alemania, Estados Unidos) o, incluso, sobrevivir (Reino Unido), la novedad de la misa promulgada por Pablo VI respecto del rito precedente fue percibida de manera especial y no sin inquietud y malestar por las similitudes más que accidentales con los servicios de comunión de las diferentes confesiones reformadas (de lo cual dio testimonio, por ejemplo, el académico Julien Green, convertido del anglicanismo, que relató su estupor al asistir por primera vez a una misa moderna y comprobar su peligroso parecido con el servicio de comuníón del Book of Common Prayer de la Iglesia de Inglaterra). Y esto no era sólo una impresión subjetiva: los mismos dirigentes de la Iglesia de la Confesión de Augsburgo (luterana) admitieron que con el nuevo misal era posible para los protestantes celebrar la Santa Cena del Señor, siendo así que nunca habría podido hacerse esto con el antiguo.

Es por ello por lo que la Latin Mass Society (asociación fundada en 1965 y una de las primeras que entraron a formar parte de UNA VOCE) tomó la iniciativa de solicitar al Santo Padre que pudiera seguir celebrándose la misa en Inglaterra y Gales de acuerdo según el rito romano codificado en Trento. Esta petición fue firmada por varias personalidades importantes de la sociedad británica de entonces, tanto católicas como no católicas. El cardenal Heenan, arzobispo de Westminster (foto), que había interpuesto sus buenos oficios ante el papa Montini en apoyo de aquélla, recibió del P. Annibale Bugnini (en su condición de secretario de la Sagrada Congregación para el Culto Divino) una carta fechada el 5 de noviembre de 1971, en la que se le notificaba la concesión del llamado “indulto inglés”: a petición de ciertos grupos de fieles y en ocasiones especiales se podía celebrar la misa de acuerdo con el misal tridentino (aunque usando la edición del ordinario de 1965 con las modificaciones introdicidad en 1967). Se puede decir que, a pesar de las restricciones, la misa romana clásica se salvó de la total proscripción gracias a UNA VOCE, a través de una de sus asociaciones más destacadas.




martes, 21 de abril de 2009

En el día conmemorativo de la Fundación de Roma, anno ab Vrbe condita MMDCCLXII


Pius Aeneas

Nace hoy, significativamente un 21 de abril, el blog de ROMA AETERNA, asociación cultural con sede en Barcelona y miembro desde 1997 de la FEDERACIÓN INTERNACIONAL UNA VOCE (FIUV), entidad seglar fundada en 1964 para el mantenimiento y la difusión en el mundo entero de la Liturgia Romana clásica en todas sus manifestaciones. Compartiendo y haciendo suyo este objetivo común y dedicando a su consecución sus principales esfuerzos, ROMA AETERNA se halla comprometida además en la recuperación y divulgación de la Cultura Clásica, haciendo especial hincapié en los valores de la romanidad, tanto la antigua como la cristiana. Roma, capital de reyes, cónsules, césares y papas, representa la fecunda conjunción de la Veterum sapientia (la sabiduría de los Antiguos) y el Evangelio, raíces irrenunciables de la civilización occidental. Por eso, en el emblema de ROMA AETERNA campean la loba capitolina (símbolo de la Roma profana) y la basílica de San Pedro (símbolo de la Roma sacra).

La fecha tradicional de la fundación de Roma, el 21 de abril del año 753 antes de Jesucristo, fue fijada por el escritor Varrón, contemporáneo de Julio César, sobre los cálculos del astrónomo Lucio Taruncio. Hoy en día, los historiadores suelen considerarla como un dato puramente convencional y relegan los hechos recordados por la efeméride al dominio de lo legendario. Sin embargo, no deberíamos desechar sin más el relato que nos han legado los antiguos por un prurito de exactitud científica. En pleno auge del positivismo decimonónico nadie creía en la existencia real de Troya hasta que Heinrich Schliemann, con los Poemas Homéricos como guía, descubrió sus ruinas. Por otra parte, los mitos de los distintos pueblos –sobre todo los de carácter fundacional– son explicaciones válidas de su identidad. No hay que buscar en ellos el rigor de los datos puramente externos, sino el sentido último e íntimo que encierran, ya que son en cierta forma las expresiones del inconsciente colectivo.

Pius Romulus

Según la tradición, Rómulo, hijo de Marte como su hermano Remo (ambos habidos en Rea Silvia, hija del Rey de Alba, y, por lo tanto descendientes del héroe troyano Eneas), echó los fundamentos de la Vrbs Quadrata junto al monte Palatino siguiendo los ritos prescritos en la Antigüedad, esto es, excavando alrededor un foso consagrado al dios Término (Remo, por cierto, encontró la muerte al traspasar sacrílegamente dicho límite). Es sumamente sugestiva la genealogía atribuida a Rómulo y a su hermano, que nos remite a la Guerra de Troya. Ésta, de acuerdo con Homero, no se decidió a favor de los Aqueos (griegos) hasta que no se pusieron de acuerdo los dioses olímpicos. Afrodita cedió ante las exigencias vengativas que Hera y Atenea elevaban a Zeus a cambio de salvar a su hijo Eneas, el cual, seguido de un puñado de prófugos, logró librarse de la ruina de la ciudad fundada por Dárdano. Virgilio relató las peripecias sin cuento –incluida la estancia en la Cartago de la reina Dido– del príncipe y de sus acompañantes antes de llegar a las costas tirrenas, donde se asentaron gracias a la hospitalidad del rey Latino. En dicho territorio fundó Eneas las ciudades de Lavinium y Alba Longa, esta última antecesora directa de Roma, que acabó siendo la señora imperante en el mundo antiguo, incluida Grecia (con lo que la verdadera triunfadora de la Guerra cantada por el vate ciego de Quíos, fue en definitiva Troya).

Gracias al mito, pues, aparece Roma como heredera del Oriente. Troya, en efecto, era considerada asiática por los griegos y, de hecho, su posición geográfica estratégica –a la entrada del Helesponto (hoy Estrecho de los Dardanelos)– la hacía un punto importantísimo y decisivo de confluencia de las rutas del Oriente y el Occidente con todo lo que ello implica de intercambios entre los pueblos. Por otra parte (y es otra enseñanza del mito), Roma fue la vengadora de Troya conquistando a Grecia, de la cual recibiría el ingente acervo cultural y artístico que asimiló y difundió por doquiera fue con sus legiones. A ella, en fin, fue a desembocar la corriente de la civilización que brotara en Sumeria y Acadia, pasando por Asiria y Babilonia, por Media y Persia y que atravesó el Egeo para confluir con el mundo del Nilo; por eso, Roma fue considerada la “civitas” por excelencia. Señora y maestra de los pueblos, fue la “caput mundi” y su obra prepararía al mundo para el advenimiento de Jesucristo. La Iglesia por Él fundada se estableció también en la capital del Imperio, lo que a la larga contribuyó a la rápida difusión del Evangelio. Tras un inicial período de hostilidad hacia la nueva religión, se produjo finalmente la conciliación de Roma con ella, naciendo así la Cristiandad, nombre con el que sería conocida durante muchos siglos la que hoy es Europa (y que, sin embargo, se atreve a no reconocer y hasta a renegar de sus inconfundibles e irrenunciables raíces).


STAT CRVX DVM VOLVITVR ORBIS