lunes, 8 de febrero de 2010

Panorama del latín en la Iglesia contemporánea (I)

Latine discere iuvat!


En este mes queremos conmemorar un aniversario más de la constitución apostólica Veterum sapientia dada por el beato Juan XXIII el 22 de febrero de 1962. Se trata de uno de los más importantes actos de su pontificado, aunque el más cumplido ejemplo de inoperancia, ya que prácticamente se quedó en letra muerta. Y eso que el papa Roncalli lo había publicado bajo una de las formas más solemnes que pueden adoptar los documentos pontificios: la de constitución apostólica. Es más, la promulgación se hizo en medio de una imponente ceremonia en la basílica de San Pedro, como subrayando que el latín en la Iglesia no era asunto baladí o superfluo. Pero precisamente ese mismo año 1962 daba comienzo el Concilio Ecuménico Vaticano II y el primer esquema discutido era el de Sagrada Liturgia. Durante los debates en el aula se puso de manifiesto una poderosa corriente favorable a la postergación y aun supresión del latín y, aunque acabó prevaleciendo la moderación en la constitución conciliar, se impuso en la práctica la hermenéutica de ruptura y se operó rápidamente la deslatinización de la liturgia romana desde las oficinas del Consilium encargado de aplicar Sacrosanctum Concilium.

La caída del latín en la liturgia arrastró inexorablemente también a su enseñanza en seminarios y universidades, de modo que las nuevas generaciones del clero católico se formaron sin el conocimiento de la que había sido y seguía siendo la lengua oficial de la Iglesia, en la que ésta publica normalmente sus documentos y en la que están redactadas las ediciones típicas de todos los libros litúrgicos del rito romano. La única ancla de salvación para el latín la constituyó la fundación por Pablo VI –siguiendo las directivas de su predecesor en la Veterum sapientia– del Pontificio Instituto Superior de Latín (Pontificium Institutum Altioris Latinitatis) en 1964, en plena euforia antirromana (en efecto, en los ambientes más contestatarios se clamaba contra el centralismo romano y la excesiva influencia de la Curia Romana en todos los aspectos de la vida de la Iglesia, con lo cual fue fácil dirigir los dardos al latín, expresión y vehículo de romanidad). La iniciativa del papa Montini fue providencial: de no haber sido por ella, la lengua de Horacio y Virgilio no hubiera tenido donde refugiarse. En 1976, el mismo pontífice estableció la Fundación de Latinidad (Opus fundatum Latinitatis), que constituyó un valioso refuerzo del Instituto. Gracias a ambas entidades y durante la segunda mitad del siglo XX pudo subsistir oficialmente el latín en la Iglesia (si bien de modo más bien testimonial y casi diríase catacumbal).

Dos próceres: el cardenal Bacci y Mons. Egger


Por esta supervivencia debemos estar especialmente reconocidos, además, a un puñado de prohombres, que se empeñaron en que no desapareciera uno de los más ricos legados de la Antigüedad, vehículo de todos los demás. Entre ellos destacan el cardenal Antonio Bacci (1885-1971), príncipe de latinistas (que fuera titular de la Secretaría de los Breves a los Príncipes entre 1931 y 1960), y su sucesor Mons. Carl Egger (1914-2003), autores ambos de importantes léxicos latinos adaptados a la vida moderna (fotos arriba). También los salesianos PP. Anacleto (Cleto) Pavanetto (1931) y Biagio Amata (1939), respectivamente presidente emérito de la Fundación de Latinidad y ex decano del Pontificio Instituto Superior de Latín, y el carmelita descalzo estadounidense fray Reginald Foster (1939), latinista de la sección de Cartas Latinas de la Secretaría de Estado. La Fundación de Latinidad ha venido organizando cada año desde hace décadas el Certamen Vaticanum, concurso internacional para los cultores de latín que ha mantenido viva la llama encendida por la Veterum sapientia. No podríamos omitir sin injusticia el nombre del cardenal Stickler, gran amigo del latín y del rito romano clásico, primer presidente del Institutum.



Hoy por hoy, la situación está dando un vuelco espectacular, siempre gracias a la liturgia. El 7 de julio de 2007, el Santo Padre Benedicto XVI publicó, como se sabe, el motu proprio Summorum Pontificum por el que quedaba liberalizada la liturgia romana clásica, “nunca abrogada” (según interpretación auténtica del Papa). El ostracismo práctico al que se la había condenado durante casi cuarenta años cesó y con su regreso el latín volvió por sus fueros. El clero joven, ávido de conocimiento y exento, gracias a Internet, de la antigua censura ejercida sobre sus mayores, redescubre fascinado el gran tesoro del latín, una de esas riquezas de la Iglesia válidas para hoy tanto como para ayer. El amor al rito ha traído consigo el amor a la lengua. En no pocos seminarios se vuelve a establecer la enseñanza del latín (aunque no la enseñanza en latín, lo cual sería ideal, pero hay que ser realistas: cuatro décadas de desuso tienen sus consecuencias). Hay motivos, pues, para la esperanza y creemos que estamos en una tesitura privilegiada de la Historia de la Cultura, semejante a la del Humanismo de los siglos XV y XVI, que devolvió sus nobles acentos a las lenguas clásicas, barbarizadas y bastardeadas en la terrible crisis de final del Medioevo.

Comenzaremos esta serie dedicada al latín reproduciendo dos artículos aparecidos hace ya ocho años, cuando la conmemoración de los cuarenta años de la constitución apostólica Veterum sapientia pasaba sin pena ni gloria en medio del pesimismo de los organizadores: los ya mencionados PP. Pavanetto y Amata. En primer lugar va un recorte de prensa –tomado de Il Corriere della Sera– anunciando el congreso relativo a la efeméride. Sigue una interesante y reveladora entrevista al P. Biagio Amata, en la cual el sacerdote salesiano habla sin pelos en la lengua. Recordemos que la situación reflejada es, como quien dice, de anteayer y aún en algunos aspectos seguimos igual y hay resistencias y dificultades que vencer.




I


ROMA, CONGRESO PARA SU RELANZAMIENTO

La denuncia de los salesianos: «El latín se está
muriendo. Ni siquiera los sacerdotes lo saben»

El presidente de Latinitas, padre Cleto Pavanetto: «Hay más cultores entre los fineses que entre nosotros»

ROMA - La muerte del latín, lengua oficial de la Iglesia, parece anunciada. Un congreso organizado en Roma por la Universidad de los Salesianos procurará darle oxígeno. Pero las esperanzas no parecen muchas. La inicitaiva coincide con el cuadragésimo amiversario de la Veterum Sapientia, la constitución apostólica de Juan XXIII que habría debido relanzar su estudio, pero que ha fracasado por completo. «La culpa es de ciertos ambientes episcopales que entonces quisieron identificar latín con centralismo romano”, denunciará en su relación el P. Cleto Pavanetto (foto), hasta hace poco presidente de la fundación vaticana Latinitas y jefe de la sección latina de la Secretaría de Estado, recientemente retirado por haber alcanzado el límite de edad. “Hoy hay sacerdotes que ni siquiera saben leer las lápidas que se conservan en sus iglesias”, se lamenta don Biagio Amata, decano del Pontificium Institutum Altioris Latinitatis del Ateneo salesiano, organizador del congreso. «En el último sínodo –recuerda don Cleto– tan sólo uno de los Padres habló en latín: el cardenal lituano de Riga Janis Pujats. El Papa comentó: "Paupera lingua latina ultimum rifugium in Riga habet"». Pero también él se hizo reprender por los puristas. «Habría debido decir: "Pauper" y "Rigae habet". Un pecado venial perdonable», admite comprensivo don Cleto. Si don Biagio se considera un Don Quijotete del latín, don Cleto es uno de sus últimos paladines. Su revista Latinitas, que celebrará el año próximo medio siglo de vida, mantiene siempre subscriptores de todo el mundo, informados quizás con un poco de retraso respecto de la actualidad, pero al menos en la lengua de los Césares y de los Papas. Para saber algo del atentado del 11 de septiembre, por ejemplo, deberán esperar al próximo número. Por el anterior se han enterado que: «Depressionem oeconomicam imminere» ("inminente la crisis económica") y que «Talebani Buddhas delent» ("los Talibán destruyen los Budas"). Los subscriptores, así como los participantes en el «Certamen Vaticanum», que cada año premia a poetas y autores en latín, son sobre todo nordeuropeos. «Hay más alemanes y fineses que latinos entre los cultores de la lengua de Cicerón. En Alemania se matricularon el año pasado más de 600.000 alumnos. En Finlandia hay un programa de radio en latín». Encíclicas, motu proprio, exhortaciones y breves, cartas apostólicas y otros documentos pontificios continúan y continuarán siendo traducidos al latín para los Acta Apostolicae Sedis, la gaceta oficial del Vaticano. Después de jubilarse el Padre Cleto seis prelados se ocupan ahora de la fundación. Labor de gran responsabilidad, pues incluso los más hábiles pueden equivocarse. El documento que sancionaba la excomunión de Monseñor Lefebvre contenía un error. El prelado ultra-tradicionalista excomulgado no lo hizo notar o por elegante distanciamiento o porque el fautor del retorno del latín en la Misa no se dio cuenta.

Bartoloni Bruno

(Corriere della Sera, 22 de febrero de 2002, pág. 21)


II


Si al menos hubiera quedado el Canon en latín…

Entrevista de Lorenzo Cappelletti

Don Biagio Amata* (foto) es el actual decano del Pontificium Institutum Altioris Latinitatis fundato por motu proprio de Pablo VI en 1964 en aplicación del explícito mandato de la constitución apostólica Veterum Sapientia del beato Juan XXIII (1962). Está en el cargo desde hace tres años, después de haber tomado el relevo de don Enrico dal Covolo, hoy vicerrector de la Pontificia Universidad Salesiana (UPS). Juntos han programado la celebración del cuadragésimo aniversario de la Veterum Sapientia el 22 de febrero en dicha universidad, entre otras razones porque –como escribía don Biagio en L’Osservatore Romano de julio del 2000 recordando este acto del pontificado de Juan XXIII– la Veterum sapientia «no se encuentra ni siquiera mencionada en la mayor parte de las publicaciones aparecidas con motivo de la próxima beatificación [de Juan XXIII], ni en el DVD multimedia puesto a la venta para la ocasión; y está prácticamente ausente incluso en los sitios internet de tema religioso católico», lo que suena «casi como una ofensa a la memoria de Juan XXIII, tan atento a conjugar tradición y renovación”. El P. Amata tiene lista su carta de renuncia si no se adopta un gesto significativo dirigido al relanzamiento del Instituto cuyo alto patronato ostenta la Santa Sede. Habla francamente. Es un siciliano simpático y he conocido muchos.


¿Por qué el Instituto que Vd. Dirige fue confiado a los salesianos?

Don Biagio Amata: El Instituto fue asignado a la Sociedad Salesiana porque tradicionalmente ha habido en ella un culto del latín, consagrado incluso en la regla: el amor al latín era considerado un signo específico de vocación. Don Bosco fue el primero en dar vida a una colección escolar de antiguos escritores cristianos. Fue éste el motivo por el cual, con gran sacrificio y superando oposiciones internas, el entonces superior mayor de los salesianos no dudó en decir sí a la invitación de la Santa Sede. Tanto más cuanto que uno de los nuestros, don Gallizza, ya en 1959 dejaba entrever la necesidad de un gran instituto de nivel universitario para el estudio de la lengua latina. Hay que decir que otras grandes órdenes habían rehusado la invitación que se les hizo.

¿Estaba ya verificándose en la Iglesia la debacle del latín?

Don Amata: En los seminarios había habido un descenso en la enseñanza del latín, descenso que se convirtió después en vacío después de la reforma de la educación en Italia (la Veterum sapientia se publicó justamente en el año de la reforma de la escuela media inferior en Italia de 1962), disgregación para la que los hombres de Iglesia no estaban preparados. Nunca habrían imaginado una subversión de las que eran sus certezas y ni siquiera un cambio en la política italiana: estaban convencidos que todo se quedaría en el statu quo ante. Pensaban que la reforma Misasi duraría pocos años; en lugar de eso ¡ha durado cuarenta! Pero ese acto de fuerza sirvió también para tapar la boca a cuantos querían una adaptación de la liturgia. Y éste fue el grave error. En el fondo la intención del movimiento litúrgico era sólo volver comprensibles al pueblo las partes de la liturgia de la Palabra.

Después se fue mucho más allá de esta intención...

Don Amata: Sí, acabaron por prevalecer ciertos fanatismos, las corrientes vanguardistas y aventureras, no obstante las posiciones moderadas del Concilio, obligando a Pablo VI a quitar la lengua latina hasta del Canon. Los Padres eran equilibradísimos, aceptaron las instancias del movimiento litúrgico renovador pero también las que estaban en favor de la unidad del rito, de modo que nadie se sintiera extraño en la liturgia al pasar de un país a otro. La contestación de los lefebvrianos, no sólo de la reforma litúrgica sino también del aspecto pastoral y de fe del Vaticano II, endureció las posturas. No sé si pueda decirse, pero Pablo VI no tuvo colaboradores válidos e inteligentes. El movimiento lefebvriano podía ser contenido. En lugar de imponer inmediatamente la reforma se podrían haber usado las nuevas fórmulas por un período de veinte, veinticinco años ad experimentum. Ciertamente podían surgir momentos de choque, de dificultades. Pero el hecho es que, al no hacerlo así, la Iglesia debió padecer después el cisma lefebvriano. Se dice que habría sido peor de otro modo. Habría que demostrarlo.

"Los Padres del Concilio eran equilibradísimos"


Una más escrupulosa custodia del latín litúrgico ¿no habría conseguido los objetivos de la Veterum sapientia mejor que ésta, favoreciendo indirectamente, gracias a la admiración de la belleza de cantos y plegarias, una voluntad de aprendizaje y profundización?

Don Amata: Recuerdo como si fuera ayer que, cuando fue introducido por Pablo VI el uso de la lengua vernácula incluso en el Canon, dos docentes que colaboraban conmigo en mi época de director de escuela dijeron sin ambages: “ésta es la muerte del latín en la Iglesia”. Y resultaron profetas. No sabiéndose ya ninguna oración en latín, ¿qué interés hay en celebrar en latín?, ¿y qué motivo existe para emprender este tipo de estudios? Hay que decir que la resonancia misma del latín ya era formativa, el sonido de ciertas plegarias, de ciertos salmos, era, por así decirlo, fuertemente estimulante para la propia vida ascética, espiritual, moral. Ahora, de improviso, han caído de la memoria de la Iglesia y no sólo de los sacerdotes individualmente. Esto es un empobrecimiento demasiado grande; de ahí el que yo me haya comprometido en esta empresa, por obediencia a la sociedad Salesiana ciertamente, pero también porque compruebo en primera persona que la total desaparición del latín es un gran pérdida humana, una gran pérdida eclesial. Sacerdotes que no saben ni leer las lápidas que se conservan en sus iglesias, sacerdotes que no conocen ni el abecé del breviario porque, dispuesto en la forma en que lo está (salmos por un lado, antífonas por otro y lecturas por otro; y eso por no hablar de la liturgia de las horas en el tiempo de Adviento y del período de Navidad, que es verdaderamente…), da la impresión de que la plegaria sea una cosa complicada. ¡Pobre del que se atreve a hablar de esto a los liturgistas! Y, sin embargo, han sido ellos la causa de esta pérdida: en lugar de hacer sencilla la plegaria del pueblo de Dios… Creo que no se ha comprendido (o quizás soy yo quien no ha comprendido) el espíritu, la intención: en las discusiones preparatorias se quería que aquella plegaria fuese la plegaria de la Iglesia y, por lo tanto, debía estar al alcance de todos. En cambio, de esta manera resulta cada vez más una plegaria artificiosa. Son cosas que he escrito, pero de las que nadie habla porque si, por ventura, alguien dice algo hay cincuenta liturgistas que hacen de doctores de la Ley para replicarle.

Volvamos a la Veterum sapientia. ¿Tuvo aplicación en los hechos aquella constitución? ¿Por cuánto tiempo se continuó efectivamente enseñando en latín?

Don Amata: No soy historiador y, por lo tanto, no soy competente para responder, pero, objetivamente hablando, los docentes no estaban preparados para enseñar en latín. Así pues, [cuando fue publicada la Veterum sapientia] hubo amenazas de dimisiones en masa y las universidades, incluida la Gregoriana, se encontraron en peligro de encontrarse de repente desguarnecidas. En otros países el desastre fue total: las protestas de los obispos fueron de tal amplitud (aunque esto se haya negado oficialmente) que obligaron a la Congregación competente a dar carpetazo y hacer como si nada hubiera ocurrido. Incluso nuestro Instituto (para el cual se preveía una enorme afluencia de alumnos) tuvo sólo 64 inscritos, cifra irrisoria, y los años siguientes aún menos, hasta que en 1972 llegó la prohibición del superior de aceptar matrículas: un verdadero parte de defunción. Después se ha estado vegetando. Es necesario un profundo examen de conciencia, un gesto significativo de la Santa Sede, pues este Instituto, que fue fundado por Pablo VI y del que la sociedad Salesiana asumió la responsabilidad hace cuarenta años, tuvo desde el principio un andamiaje académico que ya entonces no era adecuado a la situación. Se suponía que al Instituto acudirían sacerdotes que ya habían realizado los estudios teológicos, se suponía que habrían seguido los estudios clásicos, suposiciones que no correspondían entonces –como no corresponderían en lo sucesivo– a la realidad. Faltó el control de la Santa Sede. Y ahora, tras 30-40 años, ¡hace falta verificar que se haya conseguido la finalidad por la que un instituto fue fundado! Se me ha dicho: “sigue adelante, tranquilo, en la Iglesia hay cosas que pueden tirar incluso cien años sin…” ¡Pero hay vidas humanas en medio!

¡Ni ellos saben ya latín!


De entre todas las razones que inspiraban la Veterum Sapientia parece ser que la Sapientia christiana, el documento de abril de 1979 que rige actualmente para los estudios eclesiásticos, haya retenido tan sólo la necesidad de un estudio del latín (sin especificar, por otra parte, las modalidades) para acceder a las fuentes y documentos de la Iglesia: «En las Facultades de Ciencias Sagradas se requiere un conocimiento suficiente de la lengua latina, para que los alumnos puedan comprender y utilizar las fuentes de tales ciencias y los documentos de la Iglesia» [Normas de la Sagrada Congregación para la Educación Católica en orden a la recta aplicación de la constitución apostólica Sapientia Christiana, tit. IV, art. 24, § 3]. ¿Cómo en concreto se aplica esta disposición por lo que se refiere a su experiencia?

Don Amata: Ese documento no recoge la Veterum sapientia ni podía recogerla porque la situación había cambiado. Había de por medio el 68, el abandono del estado clerical. Hoy nadie lo recuerda, pero centenares, miles de sacerdotes dejaron el sacerdocio y la Iglesia Católica. La intención del legislador era, tal vez, decir que era necesario un buen conocimiento de la lengua latina; en las intenciones de los adversarios, en cambio, se trataba sólo de un cierto conocimiento de la misma, ya que, se dice, existen traducciones y se puede acceder a los textos mediante ellas (pero la traducción absolutiza, una traducción en italiano no hace otra cosa que hacer incidir el texto en aquella parte que se quiere que resulte predominante). Pero hay que decir otra cosa sobre los estudios eclesiásticos.

Diga Vd.

Don Amata: ¿Cuál es el concepto sobre el que están diseñadas las facultades teológicas y todas las universidades pontificias que tienen estructura la facultad teológica? Que el sacerdote sepa de todo, sobre todo las verdades más contestadas, por lo cual hay tratados y exámenes diferentes. Pero este parcelamiento envilece el tipo de estudio de una materia. Al haber sido inmergido el Instituto en 1971 dentro del Pontificio Ateneo Salesiano (más tarde Universidad) como facultad a la par de las demás facultades (nos llamamos indistintamente Pontificium Institutum Altioris Latinitatis o Facultas Litterarum Christianarum et Classicarum o hasta con ambos nombres), se ha llegado a hacer asumir este mismo carácter a un instituto que necesitaría, en cambio, que se enseñase, por ejemplo, gramática latina y gramática griega durante los tres primeros años, es más: durante los cinco años del ciclo, y no sólo el primer año, de modo que al final del quinto año se puedan dominar ambas gramáticas y, a la par, sus respectivas literaturas. Pero esto va contra los estatutos generales de la Santa Sede. Basta con lo dicho.


* Don Biagio Amata nació en Sant’Agata di Militello (Messina), el 9 de agosto de 1939. Hizo la primera profesión en la Sociedad Salesiana en San Gregorio de Catania, el 16 de agosto de 1956, y la profesión perpetua, el 16 de agosto de 1960, siendo ordenado sacerdote en Messina, el 19 de marzo de 1965. Obtuvo la licenciatura en Letras y Filosofía el 25 de noviembre de 1969 por la Universidad de Messina con la tesis Los “errores” de Arnobio [de Sicca]. Ha sido: presidente de la Escuela Media San Francisco de Sales y del Liceo Don Bosco de Catania de 1971 a 1978; director del Instituto Salesiano San Luis de Messina de 1978 a 1981; director y presidente del Instituto Don Bosco de Palermo en 1981-1982; docente en la Pontificia Universidad Salesiana desde 1982 en la cátedra de Literatura Cristiana Latina de la Facultad de Literatura Cristiana y Clásica (Pontificum Institutum Altioris Latinitatis); decano de esa misma facultad de 1984 a 1990 y nuevamente de 2000 a 2003. Es autor de numerosas publicaciones y recensiones (nota de Andrea Sturniolo).


1 comentario:

  1. MAGNIFICO ARTICULO QUE OJALA MUCHOS RECTORES DE SEMINARIOS Y CASAS DE FORMACION LEYERAN.LOS SEMINARISTAS TIENEN CURSOS DE INTERNET E INGLES CON PROLONGADOS SEMESTRES...Y EL LATIN Y EL GRIEGO TIENEN UN SOLO SEMESTRE O DOS.QUIZA SEA MEJOR LLAMARLE "ETIMOLOGIAS".INTERNET E INGLES LO DAN EN ACADEMIAS O INSTITUTOS MEJOR DOTADOS QUE UN SEMINARIO.PERO EL LATIN Y EL GRIEGO EN DONDE MAS SE PUEDE DAR CON LA PROFUNDIDAD QUE MERECE???SOLO EN LA IGLESIA.

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