Primeros pasos hacia la
liberalización de la liturgia clásica
La iniciativa del Dr. Eric de Saventhem de organizar un sondeo en Alemania sobre el “problema” de la misa tridentina desacreditó, como vimos, los resultados de la encuesta del cardenal Knox (foto), presentados por la Congregación para el Culto Divino, de acuerdo con los cuales se concluía de modo triunfalista que “la liturgia renovada [la de la reforma postconciliar] es apreciada en el mundo entero” y “si es verdad que existe una minoría, a menudo muy activa, que propaga sus ideas y busca imponer su propia práctica litúrgica, hay una enorme mayoría silenciosa satisfecha con la liturgia renovada”. De ahí que se afirmara que el problema no era de toda la Iglesia, como ya se dijo. Pero esto, al menos para Alemania quedaba demostrado que no era verdad. Pero tampoco para Francia, donde los lugares de culto tradicional se multiplicaban a ojos vista, ni para el Reino Unido, donde Pablo VI se había creído obligado a otorgar un indulto en 1971. Louis Salleron, amigo de la FIUV, escribió, por su parte, un análisis demoledor de lo publicado en Notitiae, que apareció –bajo el título de “L'enquête du cardinal Knox sur le latin et la messe tridentine”– en la revista Itinéraires (nº 252 de 1982).
Es interesante detenerse en unas cuentas consideraciones sobre lo aseverado por la Congregación para el Culto Divino. Que la liturgia renovada fuera “apreciada en el mundo entero” era algo de lo que cabía razonablemente dudar, dado que precisamente en muchos países había surgido espontáneamente una corriente en defensa del antiguo rito ante las novedades que incluso ya antes de la reforma se habían ido insinuando e introduciendo. Es muy significativo que de todas las reformas postconciliares fue justo la litúrgica la que más resistencia halló de parte de sacerdotes y fieles, la mayoría de los cuales fueron reducidos a su acatamiento bajo el chantaje de la obediencia. Se podía decir en todo caso, que la liturgia renovada se había impuesto en el mundo entero (y no ciertamente por una libre aceptación). Que existiera “una minoría muy activa” a favor de la misa tradicional es verdad, pero era una minoría que daba voz a muchos más católicos que no tenían la posibilidad, el coraje o el empuje para organizarse y se resignaban a obedecer.
No es cierto, por otra parte, que esa minoría activa buscase “imponer su propia práctica litúrgica”: por lo que a la FIUV y a otros grupos se refiere se trataba de salvar la práctica litúrgica antigua de la total desaparición. ¿Cómo se podía pretender imponer nada en un contexto en el que la simple celebración de la misa tridentina se hallaba prácticamente proscrita, era vista como un símbolo de rebeldía y duramente perseguida por parte de los obispos? Sólo una parte extremista de los defensores de la liturgia tradicional negaba la ortodoxia de la misa de Pablo VI y proponía su supresión. No era desde luego la postura de la FIUV (el Dr. de Saventhem siempre reclamó la igualdad de derechos), ni de Monseñor Lefebvre, quien en un sermón de 1970, acerca de la disyuntiva entre la misa tradicional y la nueva, afirmó: “Si no hay posibilidad de elección y el que celebra la misa según el Novus Ordo es un sacerdote digno y piadoso, no debe uno abstenerse de asistir a la misa” (lo que en 1984 repitió en Lima, en el curso de una conferencia organizada por el Dr. Julio Vargas-Prada y Peirano).
El boletín Notitiae decía que había “una enorme mayoría silenciosa satisfecha con la liturgia renovada”. Mayoría e inmensa sí, y también silenciosa, pero en modo alguno satisfecha. De hecho, la práctica religiosa (misa dominical y festiva, confesión y comunión) disminuyó abruptamente coincidiendo con la aplicación de la reforma postconciliar. Para muchos, pues, la liturgia renovada les era ya indiferente cuando no disgustosa. Otros quizás preferían la antigua, pero se plegaban a lo que se mandaba desde arriba. Otros, en fin, realmente se sentirían satisfechos de la reforma, pero no eran –ni mucho menos– la enorme mayoría. Y ello era así porque la nueva liturgia fue desde el principio un asunto llevado a nivel de expertos y de funcionarios, ajena al sentir y a las necesidades reales del Pueblo de Dios. La conclusión de que el de la misa tridentina y el latín “no era un problema de toda la Iglesia” era una falacia. El problema existía (porque de otra manera no habría habido necesidad de una encuesta dirigida a todos los obispos); otra cosa es que fuera percibido como tal problema. Pero un problema, aunque sea percibido sólo por una minoría o aun no sea percibido en absoluto, sigue siendo un problema, puede tener alcance universal y exige una solución.
Juan Pablo II era consciente, como vimos, de los innumerables abusos litúrgicos que se habían introducido por obra de esas “creatividades desentonadas” denunciadas por su predecesor Juan Pablo I en su homilía del 23 de septiembre de 1978 (pocos días antes de morir). A ellas atribuía el malestar de muchos católicos, que preferían acogerse a la seguridad del rito tradicional. Desde luego, la “encuesta Knox” no tuvo mucho valor para él cuando en 1984 aprobó el que es conocido como “indulto de las dos Teresas”: la carta Quattuor abhinc annos de la Congregación para el Culto Divino (dada el 3 de octubre, festividad de Santa Teresa de Lisieux, y publicada el 15 de octubre, festividad de Santa Teresa de Ávila). El propio texto, haciendo alusión al sondeo de 1980, admitía que el problema (que se suponía no era de toda la Iglesia) “persiste” y daba unas directivas a los presidentes de todas las conferencias episcopales para permitir la celebración de la misa tridentina bajo ciertas condiciones (muy restrictivas e injustas, por cierto). Se puede decir sin temor a exagerar que la inmediata reacción del Dr. de Saventhem y de la FIUV a la “encuesta Knox” influyó de alguna manera en el ánimo del papa Wojtyla cuando decidió la primera medida liberalizadora de la misa tridentina.
El indulto de 1984 fue un paso importante, aunque muy limitado, hacia la normalización de la liturgia romana clásica. La celebración de la misa según el Misal Romano de 1962 era presentada como un privilegio (es decir, una exención de la ley) que debía ser solicitado al obispo diocesano, el cual podía concederlo sólo a favor de los sacerdotes y grupos interesados (es decir, con exclusión de los demás fieles católicos) y fuera de las iglesias parroquiales (es decir, de la normal vida religiosa). El cardenal Paul Augustin Mayer, prefecto de la congregación para el Culto Divino (sucesor del cardenal Casoria, precedido por el cardenal Knox en el cargo), pidió en 1985 al Dr. de Saventhem que elaborara un informe sobre la aplicación de Quattuor abhinc annos en todo el mundo en el primer año de su vigencia (los obispos tenían que dar cuenta en ese plazo de las concesiones hechas por ellos). Este encargo al presidente internacional de UNA VOCE constituía un reconocimiento de esta organización, presente ya en muchos países y cuyo criterio se consideraba fiable. La tarea era ingente y requirió muchos meses recopilando y ordenando los datos proporcionados por las diferentes asociaciones nacionales, y obtenidos directamente de la abundante correspondencia que recibía de todo el mundo el Dr. de Saventhem, considerado como un importante dirigente tradicionalista.
Cuando el cardenal Mayer tuvo en sus manos el informe solicitado comprobó que el indulto tenía muy escasa efectividad y no por falta de peticiones por parte de sacerdotes y grupos de fieles, sino por la negativa de los obispos, que se mostraban draconianos a la hora de acogerlas. Pidió, pues, al Papa la convocatoria de una comisión cardenalicia ad hoc que evaluara la aplicación de la carta Quattuor abhinc annos y propusiera las enmiendas que se considerara oportunas para subsanar sus eventuales deficiencias. Juan Pablo II constituyó dicha comisión, de la que formaron parte ocho cardenales: el propio Paul Augustin Mayer, Agostino Casaroli, Bernardin Gantin, Joseph Ratzinger, William Wakefield Baum, Edouard Gagnon, Alfons Maria Stickler y Antonio Innocenti. Su existencia fue considerada por el Papa como un asunto reservado, sin duda para evitar polémicas que pudiesen interferir en el trabajo de sus miembros. El cardenal Mayer invitó a Eric de Saventhem a presentar propuestas de nuevas normas para regular el uso del Misal Romano de 1962, las cuales serían sometidas a la consideración de la comisión cardenalicia. El presidente de la FIUV insistió principalmente en el punto que siempre había defendido: la paridad de derecho del rito romano tradicional con los demás ritos legítimamente establecidos en la Iglesia.
En diciembre de 1986, los cardenales sometieron al Papa el fruto de su trabajo, en forma de una serie de normas que el Dr. de Saventhem consignaría más tarde en una carta al entonces monseñor (y futuro cardenal) Giovanni Battista Ré de fecha 24 de mayo de 1994 (dada a conocer públicamente sólo en 1998) y que se puede resumir de esta manera: en toda localidad importante del mundo católico debería celebrarse cada domingo por lo menos una misa en latín, teniendo el sacerdote la facultad de elegir libremente el rito tradicional (Misal Romano de 1962) o el Novus Ordo (Misal Romano de 1970), y teniendo especial cuidado en no mezclar los dos ritos. Este dictamen mostraba claramente cómo las aspiraciones de la FIUV habían sido tenidas en cuenta por la comisión cardenalicia. Sin embargo, las “normas de 1986” no tuvieron valor legislativo, sino sólo de referencia y orientativo de las futuras decisiones que el Santo Padre estaba pensando tomar para mejorar el indulto de 1984. Sin embargo, los acontecimientos se precipitaron en 1988, cuando, fracasando el intento de atraer a la plena legalidad canónica a la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X (considerada oficialmente como suprimida), Monseñor Lefebvre procedió a consagrar obispos sin mandato apostólico a cuatro de sus sacerdotes, lo que les valió la excomunión latae sententiae prevista para casos como éste.
El 2 de julio de 1988, Juan Pablo II instituía la Pontificia Comisión Ecclesia Dei en virtud del motu proprio homónimo, en el cual se instaba a los obispos a una “amplia y generosa aplicación” del indulto de 1984. Sin embargo, es de notar que el lenguaje empleado en el documento tenía connotaciones novedosas respecto de la carta de cuatro años atrás. Como más tarde señalaría el cardenal Mayer, el Papa hablaba en términos de auctoritas (legitimidad) y thesaurus (riqueza) al referirse a “la diversidad de carismas y tradiciones de espiritualidad y de apostolado” (por lo tanto, también del rito contenido en el Misal Romano de 1962). Asimismo se colegía de las palabras del Pontífice que el deseo de celebrar y asistir a la misa celebrada con ese misal era una “justa aspiración”. Presidente del nuevo dicasterio romano fue nombrado el propio cardenal Mayer, que dejó su cargo como prefecto de la Congregación para el Culto Divino (en el que fue sucedido por el cardenal Eduardo Martínez Somalo). Un prelado luxemburgués, monseñor Camille Perl, fue nombrado secretario y entre los consultores se encontraron el hoy cardenal secretario de Estado Tarsicio Bertone y monseñor Pere Tena Garriga, subsecretario de la Congregación para el Culto Divino y antiguo colaborador de Annibale Bugnini, el artífice de la reforma litúrgica postconciliar.
La FIUV, a través de su presidente y de la esposa de éste, fue reconocida desde el principio por la Pontificia Comisión Ecclesia Dei como un interlocutor válido, que daba voz a una buena parte de “fieles católicos que se sienten vinculados a algunas precedentes formas litúrgicas y disciplinares de la tradición latina”, pero que nunca se habían apartado de la plena comunión eclesial (por lo que no tenían necesidad de volver a ella). UNA VOCE representaba y sigue representando la opción de la tradición dentro del contexto de la normal vida de la Iglesia. El matrimonio de Saventhem fue recibido en numerosas ocasiones por el presidente, los oficiales y asesores del dicasterio para tratar de los asuntos relacionados con la liturgia tradicional y la aplicación de las directivas papales referentes a la celebración según el Misal Romano de 1962. Es más, tuvieron también trato frecuente con los sucesivos prefectos de la Congregación para el Culto Divino. El cardenal Mayer siempre les manifestó una especial deferencia.
No se calibrará nunca en sus verdaderos alcances la lucha perseverante que mantuvieron a favor de la misa tridentina estos intrépidos esposos. Según el propio testimonio de Monseñor Tena (nada sospechoso de parcialidad a favor de la FIUV), nunca pudo reducirlos a aceptar el Novus Ordo en latín en substitución del rito precedente. El Dr. de Saventhem, acorde con la constitución conciliar sobre Sagrada Liturgia, siempre había defendido el aequo iure atque honore debido a todos los ritos legítimamente reconocidos en la Iglesia y el romano clásico era para él uno de ellos. Por otra parte, también fue un defensor de las “normas” de la comisión cardenalicia de 1986 (en parte sugeridas por él), que tuvo la satisfacción de ver puestas en práctica a través de los poderes dados personalmente por Juan Pablo II a la recién creada Pontificia Comisión Ecclesia Dei en audiencia al cardenal Mayer, el 18 de octubre de 1988. En efecto, la primera de las facultades otorgadas era: “Concedendi omnibus id petentibus usum Missalis Romani secundum editionem typica vim habentem anno 1962, et quidem iuxta normas iam a commissione Cardinalitia “ad hoc ipsum instituta” mense Decembri anno 1986 propositas, praemonito Episcopo dioecesano” (conceder a todos los que lo pidieren el uso del Misal Romano según la edición típica en vigor en 1962, y además según las normas propuestas en diciembre de 1986 por la comisión cardenalicia instituida ad hoc, siendo previamente advertido el obispo diocesano).
Es interesante detenerse en unas cuentas consideraciones sobre lo aseverado por la Congregación para el Culto Divino. Que la liturgia renovada fuera “apreciada en el mundo entero” era algo de lo que cabía razonablemente dudar, dado que precisamente en muchos países había surgido espontáneamente una corriente en defensa del antiguo rito ante las novedades que incluso ya antes de la reforma se habían ido insinuando e introduciendo. Es muy significativo que de todas las reformas postconciliares fue justo la litúrgica la que más resistencia halló de parte de sacerdotes y fieles, la mayoría de los cuales fueron reducidos a su acatamiento bajo el chantaje de la obediencia. Se podía decir en todo caso, que la liturgia renovada se había impuesto en el mundo entero (y no ciertamente por una libre aceptación). Que existiera “una minoría muy activa” a favor de la misa tradicional es verdad, pero era una minoría que daba voz a muchos más católicos que no tenían la posibilidad, el coraje o el empuje para organizarse y se resignaban a obedecer.
No es cierto, por otra parte, que esa minoría activa buscase “imponer su propia práctica litúrgica”: por lo que a la FIUV y a otros grupos se refiere se trataba de salvar la práctica litúrgica antigua de la total desaparición. ¿Cómo se podía pretender imponer nada en un contexto en el que la simple celebración de la misa tridentina se hallaba prácticamente proscrita, era vista como un símbolo de rebeldía y duramente perseguida por parte de los obispos? Sólo una parte extremista de los defensores de la liturgia tradicional negaba la ortodoxia de la misa de Pablo VI y proponía su supresión. No era desde luego la postura de la FIUV (el Dr. de Saventhem siempre reclamó la igualdad de derechos), ni de Monseñor Lefebvre, quien en un sermón de 1970, acerca de la disyuntiva entre la misa tradicional y la nueva, afirmó: “Si no hay posibilidad de elección y el que celebra la misa según el Novus Ordo es un sacerdote digno y piadoso, no debe uno abstenerse de asistir a la misa” (lo que en 1984 repitió en Lima, en el curso de una conferencia organizada por el Dr. Julio Vargas-Prada y Peirano).
El boletín Notitiae decía que había “una enorme mayoría silenciosa satisfecha con la liturgia renovada”. Mayoría e inmensa sí, y también silenciosa, pero en modo alguno satisfecha. De hecho, la práctica religiosa (misa dominical y festiva, confesión y comunión) disminuyó abruptamente coincidiendo con la aplicación de la reforma postconciliar. Para muchos, pues, la liturgia renovada les era ya indiferente cuando no disgustosa. Otros quizás preferían la antigua, pero se plegaban a lo que se mandaba desde arriba. Otros, en fin, realmente se sentirían satisfechos de la reforma, pero no eran –ni mucho menos– la enorme mayoría. Y ello era así porque la nueva liturgia fue desde el principio un asunto llevado a nivel de expertos y de funcionarios, ajena al sentir y a las necesidades reales del Pueblo de Dios. La conclusión de que el de la misa tridentina y el latín “no era un problema de toda la Iglesia” era una falacia. El problema existía (porque de otra manera no habría habido necesidad de una encuesta dirigida a todos los obispos); otra cosa es que fuera percibido como tal problema. Pero un problema, aunque sea percibido sólo por una minoría o aun no sea percibido en absoluto, sigue siendo un problema, puede tener alcance universal y exige una solución.
Juan Pablo II era consciente, como vimos, de los innumerables abusos litúrgicos que se habían introducido por obra de esas “creatividades desentonadas” denunciadas por su predecesor Juan Pablo I en su homilía del 23 de septiembre de 1978 (pocos días antes de morir). A ellas atribuía el malestar de muchos católicos, que preferían acogerse a la seguridad del rito tradicional. Desde luego, la “encuesta Knox” no tuvo mucho valor para él cuando en 1984 aprobó el que es conocido como “indulto de las dos Teresas”: la carta Quattuor abhinc annos de la Congregación para el Culto Divino (dada el 3 de octubre, festividad de Santa Teresa de Lisieux, y publicada el 15 de octubre, festividad de Santa Teresa de Ávila). El propio texto, haciendo alusión al sondeo de 1980, admitía que el problema (que se suponía no era de toda la Iglesia) “persiste” y daba unas directivas a los presidentes de todas las conferencias episcopales para permitir la celebración de la misa tridentina bajo ciertas condiciones (muy restrictivas e injustas, por cierto). Se puede decir sin temor a exagerar que la inmediata reacción del Dr. de Saventhem y de la FIUV a la “encuesta Knox” influyó de alguna manera en el ánimo del papa Wojtyla cuando decidió la primera medida liberalizadora de la misa tridentina.
El indulto de 1984 fue un paso importante, aunque muy limitado, hacia la normalización de la liturgia romana clásica. La celebración de la misa según el Misal Romano de 1962 era presentada como un privilegio (es decir, una exención de la ley) que debía ser solicitado al obispo diocesano, el cual podía concederlo sólo a favor de los sacerdotes y grupos interesados (es decir, con exclusión de los demás fieles católicos) y fuera de las iglesias parroquiales (es decir, de la normal vida religiosa). El cardenal Paul Augustin Mayer, prefecto de la congregación para el Culto Divino (sucesor del cardenal Casoria, precedido por el cardenal Knox en el cargo), pidió en 1985 al Dr. de Saventhem que elaborara un informe sobre la aplicación de Quattuor abhinc annos en todo el mundo en el primer año de su vigencia (los obispos tenían que dar cuenta en ese plazo de las concesiones hechas por ellos). Este encargo al presidente internacional de UNA VOCE constituía un reconocimiento de esta organización, presente ya en muchos países y cuyo criterio se consideraba fiable. La tarea era ingente y requirió muchos meses recopilando y ordenando los datos proporcionados por las diferentes asociaciones nacionales, y obtenidos directamente de la abundante correspondencia que recibía de todo el mundo el Dr. de Saventhem, considerado como un importante dirigente tradicionalista.
Cuando el cardenal Mayer tuvo en sus manos el informe solicitado comprobó que el indulto tenía muy escasa efectividad y no por falta de peticiones por parte de sacerdotes y grupos de fieles, sino por la negativa de los obispos, que se mostraban draconianos a la hora de acogerlas. Pidió, pues, al Papa la convocatoria de una comisión cardenalicia ad hoc que evaluara la aplicación de la carta Quattuor abhinc annos y propusiera las enmiendas que se considerara oportunas para subsanar sus eventuales deficiencias. Juan Pablo II constituyó dicha comisión, de la que formaron parte ocho cardenales: el propio Paul Augustin Mayer, Agostino Casaroli, Bernardin Gantin, Joseph Ratzinger, William Wakefield Baum, Edouard Gagnon, Alfons Maria Stickler y Antonio Innocenti. Su existencia fue considerada por el Papa como un asunto reservado, sin duda para evitar polémicas que pudiesen interferir en el trabajo de sus miembros. El cardenal Mayer invitó a Eric de Saventhem a presentar propuestas de nuevas normas para regular el uso del Misal Romano de 1962, las cuales serían sometidas a la consideración de la comisión cardenalicia. El presidente de la FIUV insistió principalmente en el punto que siempre había defendido: la paridad de derecho del rito romano tradicional con los demás ritos legítimamente establecidos en la Iglesia.
En diciembre de 1986, los cardenales sometieron al Papa el fruto de su trabajo, en forma de una serie de normas que el Dr. de Saventhem consignaría más tarde en una carta al entonces monseñor (y futuro cardenal) Giovanni Battista Ré de fecha 24 de mayo de 1994 (dada a conocer públicamente sólo en 1998) y que se puede resumir de esta manera: en toda localidad importante del mundo católico debería celebrarse cada domingo por lo menos una misa en latín, teniendo el sacerdote la facultad de elegir libremente el rito tradicional (Misal Romano de 1962) o el Novus Ordo (Misal Romano de 1970), y teniendo especial cuidado en no mezclar los dos ritos. Este dictamen mostraba claramente cómo las aspiraciones de la FIUV habían sido tenidas en cuenta por la comisión cardenalicia. Sin embargo, las “normas de 1986” no tuvieron valor legislativo, sino sólo de referencia y orientativo de las futuras decisiones que el Santo Padre estaba pensando tomar para mejorar el indulto de 1984. Sin embargo, los acontecimientos se precipitaron en 1988, cuando, fracasando el intento de atraer a la plena legalidad canónica a la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X (considerada oficialmente como suprimida), Monseñor Lefebvre procedió a consagrar obispos sin mandato apostólico a cuatro de sus sacerdotes, lo que les valió la excomunión latae sententiae prevista para casos como éste.
El 2 de julio de 1988, Juan Pablo II instituía la Pontificia Comisión Ecclesia Dei en virtud del motu proprio homónimo, en el cual se instaba a los obispos a una “amplia y generosa aplicación” del indulto de 1984. Sin embargo, es de notar que el lenguaje empleado en el documento tenía connotaciones novedosas respecto de la carta de cuatro años atrás. Como más tarde señalaría el cardenal Mayer, el Papa hablaba en términos de auctoritas (legitimidad) y thesaurus (riqueza) al referirse a “la diversidad de carismas y tradiciones de espiritualidad y de apostolado” (por lo tanto, también del rito contenido en el Misal Romano de 1962). Asimismo se colegía de las palabras del Pontífice que el deseo de celebrar y asistir a la misa celebrada con ese misal era una “justa aspiración”. Presidente del nuevo dicasterio romano fue nombrado el propio cardenal Mayer, que dejó su cargo como prefecto de la Congregación para el Culto Divino (en el que fue sucedido por el cardenal Eduardo Martínez Somalo). Un prelado luxemburgués, monseñor Camille Perl, fue nombrado secretario y entre los consultores se encontraron el hoy cardenal secretario de Estado Tarsicio Bertone y monseñor Pere Tena Garriga, subsecretario de la Congregación para el Culto Divino y antiguo colaborador de Annibale Bugnini, el artífice de la reforma litúrgica postconciliar.
La FIUV, a través de su presidente y de la esposa de éste, fue reconocida desde el principio por la Pontificia Comisión Ecclesia Dei como un interlocutor válido, que daba voz a una buena parte de “fieles católicos que se sienten vinculados a algunas precedentes formas litúrgicas y disciplinares de la tradición latina”, pero que nunca se habían apartado de la plena comunión eclesial (por lo que no tenían necesidad de volver a ella). UNA VOCE representaba y sigue representando la opción de la tradición dentro del contexto de la normal vida de la Iglesia. El matrimonio de Saventhem fue recibido en numerosas ocasiones por el presidente, los oficiales y asesores del dicasterio para tratar de los asuntos relacionados con la liturgia tradicional y la aplicación de las directivas papales referentes a la celebración según el Misal Romano de 1962. Es más, tuvieron también trato frecuente con los sucesivos prefectos de la Congregación para el Culto Divino. El cardenal Mayer siempre les manifestó una especial deferencia.
No se calibrará nunca en sus verdaderos alcances la lucha perseverante que mantuvieron a favor de la misa tridentina estos intrépidos esposos. Según el propio testimonio de Monseñor Tena (nada sospechoso de parcialidad a favor de la FIUV), nunca pudo reducirlos a aceptar el Novus Ordo en latín en substitución del rito precedente. El Dr. de Saventhem, acorde con la constitución conciliar sobre Sagrada Liturgia, siempre había defendido el aequo iure atque honore debido a todos los ritos legítimamente reconocidos en la Iglesia y el romano clásico era para él uno de ellos. Por otra parte, también fue un defensor de las “normas” de la comisión cardenalicia de 1986 (en parte sugeridas por él), que tuvo la satisfacción de ver puestas en práctica a través de los poderes dados personalmente por Juan Pablo II a la recién creada Pontificia Comisión Ecclesia Dei en audiencia al cardenal Mayer, el 18 de octubre de 1988. En efecto, la primera de las facultades otorgadas era: “Concedendi omnibus id petentibus usum Missalis Romani secundum editionem typica vim habentem anno 1962, et quidem iuxta normas iam a commissione Cardinalitia “ad hoc ipsum instituta” mense Decembri anno 1986 propositas, praemonito Episcopo dioecesano” (conceder a todos los que lo pidieren el uso del Misal Romano según la edición típica en vigor en 1962, y además según las normas propuestas en diciembre de 1986 por la comisión cardenalicia instituida ad hoc, siendo previamente advertido el obispo diocesano).
El cardenal Mayer (foto) fue un gran presidente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, sincera y personalmente involucrado en la cuestión de la misa y de la liturgia romana clásica en general. También fue –y sigue siendo a sus 98 años– un buen amigo de la FIUV. Bajo su mandato se aprobó la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro (FSSP) como sociedad apostólica de derecho pontificio y fue erigido en abadía el monasterio benedictino de Santa María Magdalena del Barroux, la fundación de Dom Gerard Calvet, a quien el mismo presidente de Ecclesia Dei –monje benedictino– confirió la bendición abacial. En este período se hizo mucho por favorecer las concesiones de la celebración según el Misal Romano de 1962, llegando a afirmar el cardenal que “ahora los fieles tienen derecho a la misa tradicional” (Carta a la Sociedad Ecclesia Dei de Australia de 11 de mayo de 1990), puesto que aunque “ninguno ciertamente tiene derecho de adquisición de un privilegio, una vez el privilegio es debidamente concedido, el sujeto tiene realmente el derecho de beneficiarse de él”. Pero en 1991, al cumplir los 80 años de edad, el cardenal Mayer hubo de retirarse por imperativo canónico, siendo sucedido en la presidencia de Ecclesia Dei por el cardenal Antonio Innocenti, de un talante muy diferente.
El cardenal Innocenti no estaba particularmente interesado en la liturgia tradicional, lo cual favorecía la tendencia de un sector de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei para el cual todo era cuestión de una progresiva asimilación por los tradicionalistas de la liturgia renovada, sin traumas y sin escándalos. Había, sí, que eliminar los abusos que hacían a ésta poco o nada atractiva para aquéllos, pero debía seguir siendo el ideal al cual tender. Podía concederse la celebración según el Misal Romano de 1962 como un modo de atraer a los remisos, pero debía írselos acostumbrando a aceptar paulatinamente la reforma litúrgica. Por eso se comenzó a proponer la adopción del Ordo de 1965 en lugar de la edición típica de 1962 del Misal Romano y la introducción de la lengua vernácula tal y como se había dispuesto en la Instrucción de 1967, pasos que, como se recordará, precedieron a la missa normativa presentada al Sínodo de los Obispos de 1967 y al Novus Ordo de Pablo VI. Se dio un auténtico frenazo a la política de apertura y comprensión del cardenal Mayer, al punto que el Dr. de Saventhem creyó necesario dirigir al Papa, el 13 de octubre de 1993, un escrito formal en el que le presentaba un cuidadoso análisis de las concesiones de la misa tradicional allí donde se la solicitaba (concesiones que continuaban siendo restrictivas y de las que se inhibía Ecclesia Dei) y le dirigía una petición para que se cumpliera cabalmente la letra y el espíritu del motu proprio de 1988. Fue su última intervención al frente de la FIUV, pues a finales de ese mismo año era sucedido en la presidencia por Michael Davies.
El cardenal Innocenti no estaba particularmente interesado en la liturgia tradicional, lo cual favorecía la tendencia de un sector de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei para el cual todo era cuestión de una progresiva asimilación por los tradicionalistas de la liturgia renovada, sin traumas y sin escándalos. Había, sí, que eliminar los abusos que hacían a ésta poco o nada atractiva para aquéllos, pero debía seguir siendo el ideal al cual tender. Podía concederse la celebración según el Misal Romano de 1962 como un modo de atraer a los remisos, pero debía írselos acostumbrando a aceptar paulatinamente la reforma litúrgica. Por eso se comenzó a proponer la adopción del Ordo de 1965 en lugar de la edición típica de 1962 del Misal Romano y la introducción de la lengua vernácula tal y como se había dispuesto en la Instrucción de 1967, pasos que, como se recordará, precedieron a la missa normativa presentada al Sínodo de los Obispos de 1967 y al Novus Ordo de Pablo VI. Se dio un auténtico frenazo a la política de apertura y comprensión del cardenal Mayer, al punto que el Dr. de Saventhem creyó necesario dirigir al Papa, el 13 de octubre de 1993, un escrito formal en el que le presentaba un cuidadoso análisis de las concesiones de la misa tradicional allí donde se la solicitaba (concesiones que continuaban siendo restrictivas y de las que se inhibía Ecclesia Dei) y le dirigía una petición para que se cumpliera cabalmente la letra y el espíritu del motu proprio de 1988. Fue su última intervención al frente de la FIUV, pues a finales de ese mismo año era sucedido en la presidencia por Michael Davies.
Los esposos de Saventhem con Michael Davies:
una sucesión natural
"VOX POPULI,VOX DEI"EL TRABAJO DE LOS SEGLARES ORGANIZADOS SE VA SINTIENDO EN SUS JUSTAS ASPIRACIONES...HABRA QUE RECUPERAR EL TESORO QUE SE ESTA PERDIENDO(LATIN,CANTO GREGORIANO ETC)Y QUE VAN TIMANDO GRUPOS DE ROCK,NEW AGE ETC.
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