En el cuarto aniversario de la entrada en vigor del motu proprio Summorum Pontificum, publicado el 7 de julio de 2007 por el Romano Pontífice felizmente reinante, la Asociación Cultural Roma Aeterna, desea compartir las siguientes reflexiones:
1. Este documento papal instauró la pax liturgica en la Iglesia: en lo sucesivo, la forma de celebrar la Sagrada Liturgia –según el uso moderno o según el uso clásico– no debía ser motivo de división y controversia entre los católicos, como desgraciadamente lo fue durante cuatro décadas. El motu proprio era y es un documento que desea la reconciliación en el seno de la Iglesia, pero no se trata de una componenda circunstancial, sino que parte del principio de la perfecta ortodoxia y legitimidad de las dos formas del rito romano: la ordinaria y la extraordinaria. Ambas expresan, cada una según su propio ethos, la lex orandi de la Iglesia, a su vez concreción de la lex credendi. Son formas diferentes pero no contradictorias entre sí. Carece, pues, de todo sentido empeñarse, desde la instancia que sea, en seguir discutiendo sobre la vigencia, el valor o la legalidad de cualquiera de las dos formas. Ambas constituyen parte del tesoro litúrgico y del patrimonio de la Iglesia.
2. Si bien el Santo Padre Benedicto XVI promulgó su documento como una Carta Apostólica motu proprio dada (es decir, por propia iniciativa), ello no es menos cierto que en modo alguno ignoró o menospreció la autoridad de los obispos, moderadores de la sagrada liturgia en la iglesia local que les está encomendada. Previamente se puso personalmente en contacto con ellos para explicarles el paso que estaba a punto de dar y la Carta a los Obispos que acompaña el motu proprio da fe de la exquisita delicadeza y del respeto al principio de sana colegialidad mostrados por el Papa. Es más, a ellos encomendó vigilar para que se aplicara rectamente Summorum Pontificum e informar a la Santa Sede pasado un trienio, cosa que se verificó puntualmente en la mayoría de los casos. A pesar de que hubo al principio algunas reacciones negativas públicas de parte de algunos prelados, también es verdad que otros acogieron el motu proprio en espíritu de disponibilidad y de adhesión inequívoca a Pedro. Hay que admitir, sin embargo, que en amplios sectores del Episcopado el documento pontificio ha sido recibido con silenciosa obsecuencia.
3. La aparición de la Instrucción Universae Ecclesiae de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei de fecha 30 de abril de este año, puso de manifiesto que el motu proprio Summorum Pontificum es un documento que ha tenido trascendencia en la vida de la Iglesia. El hecho de que se haya esperado hasta pasados largamente sus tres años de vigencia permite pensar que se tuvieron en cuenta los informes recibidos de los obispos acerca de su aplicación. El reforzamiento del motu proprio que la Instrucción claramente significa, muestra su importancia y vitalidad. Además, en todo este tiempo, las autoridades al frente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, así como las de la Congregación para el Culto Divino, han subrayado que el rito romano extraordinario es un tesoro para toda la Iglesia y no sólo para determinados grupos de fieles, lo cual queda de manifiesto por el hecho de que muchos jóvenes que antes no conocían esa liturgia, tanto sacerdotes como seglares, se han acercado a ella e incluso la han hecho suya.
4. Es innegable que la situación actual del rito romano extraordinario, oficialmente normalizada, ha experimentado un gran progreso desde la entrada en vigor del motu proprio Summorum Pontificum, progreso que va desde la mentalidad de indulto y la práctica proscripción y clandestinidad hasta el estatuto de libertad y la naturalidad con la que allí donde se aplica la disposición papal se celebra la liturgia de acuerdo con los libros litúrgicos vigentes antes de la reforma postconciliar. Sin embargo, se está aún lejos de poder considerar que el motu proprio ha alcanzado plenamente sus objetivos. Desgraciadamente, si no hay hoy una oposición frontal de parte de la Jerarquía católica (salvo rarísimos casos), sí persiste en cambio una suerte de resistencia pasiva que puede rastrearse en la actitud de muchos ordinarios, resistencia que consiste en no tratar el asunto, en silenciarlo, en ejercer una sorda y sutil pero efectiva presión desde las curias episcopales para disuadir a los párrocos (que son los que deciden de acuerdo con la voluntad del Papa) de que asientan a las peticiones de los grupos que desean las celebraciones según el usus antiquior.
5. En no pocos casos los obispos reticentes se escudan detrás del pretexto de que no hay grupos en sus diócesis que pidan la celebración regular de la liturgia romana extraordinaria o el número de fieles afectos a ella es mínimo y sin trascendencia. A lo cual hay que responder que dicha liturgia es un tesoro de toda la Iglesia y no un patrimonio de unos pocos diletantes o nostálgicos. Aun cuando no hubiera un solo fiel que conociera y pidiera la celebración según el usus antiquior, éste continuaría siendo tal tesoro de toda la Iglesia, con derecho pleno a existir y posibilidad de ser practicado sin cortapisas. Por otra parte, no sólo se trata de un tesoro universal en el espacio, sino en el tiempo, lo cual quiere decir que vale para las generaciones que lo conocieron en su pleno esplendor como para las que no lo han conocido debido a su injusta proscripción durante décadas. Como dice Benedicto XVI: “Lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande y no puede ser improvisamente totalmente prohibido o incluso perjudicial” (Carta a los Obispos del 7 de julio de 2007). Además, ¿Cómo se pretende que los fieles pidan celebraciones litúrgicas en la forma extraordinaria del rito romano si no la conocen? Ignoti nulla cupido. Pero es un hecho comprobado que, en cuanto la conocen, muchos la aprecian y hasta la desean. No es casualidad que sea cada vez mayor la proporción de gente joven que asiste a esas celebraciones, siendo así que hoy en día sólo alguien mayor de 55 años podría haber conocido la misa y haber recibido los sacramentos con los libros litúrgicos vigentes en 1962.
6. Otro pretexto para evitar a toda costa la aplicación del motu proprio consiste en exigir que el sacerdote que ha de celebrar sea, a la par que eximio latinista, un consumado liturgo, cosa que, curiosamente, no se exige si se trata del rito ordinario celebrado tal como consta en las ediciones típicas latinas. Y ello por no hablar del descuido y negligencia con los que muchos sacerdotes celebran con esta liturgia incluso en lengua vernácula. Se hace una interpretación estrecha del “sacerdos idoneus”, siendo así que basta que tenga un conocimiento suficiente del latín y de las rúbricas del rito extraordinario como para entender lo que celebra y celebrar dignamente. Pero es evidente que nadie tiene ciencia infusa en materia de liturgia y un joven sacerdote que no ha conocido ni conoce las antiguas ceremonias ni tiene nociones de latín (como es, desgraciadamente, el caso de la gran mayoría de clérigos por debajo de los cincuentena) no es obviamente un sujeto idóneo para celebrar en la forma clásica, pero puede aprender a hacerlo y hoy en día, con los modernos medios de aprendizaje y tutorías es relativamente fácil hacerlo. Aún más: en los seminarios y noviciados debería poder estudiarse las dos formas del rito romano en su historia, en sus ceremonias y en sus rúbricas, teórica y prácticamente. Ello redundaría en el “mutuo enriquecimiento” deseado por el Santo Padre Benedicto XVI.
7. Por lo que a España respecta, lamentablemente en el asunto del motu proprio Summorum Pontificum estamos en clara desventaja respecto a otros países. Ello tiene múltiples explicaciones: el poco arraigo del movimiento litúrgico (que quedó prácticamente truncado con la Guerra Civil y la necesidad más urgente, en los años de la Postguerra, de reconstruir lo que había abatido la persecución religiosa ); la religiosidad más folklórica que litúrgica del pueblo; la escasa o nula percepción del alcance de los cambios litúrgicos y la ciega y acrítica sumisión a ellos (a diferencia de los países donde los católicos estaban mucho más sensibilizados por vivir en países con mayorías protestantes o en Estados laicos: Inglaterra, Alemania, Francia, Estados Unidos…); la intransigencia ciega y la ideologización de sectores del llamado “tradicionalismo” (vinculando la causa de la misa tradicional a banderías políticas); la contundencia y la forma muchas veces brutal y traumática con la que se aplicó la reforma litúrgica postconciliar y el consiguiente olvido del pasado por más de cuarenta años; en fin, la ignorancia religiosa, fruto de catequesis experimentales y abusivas que pulularon a lo largo de las décadas contestatarias, de la simple dejación del deber de enseñar a los fieles o de la pérdida del sentido de lo sagrado tanto en el clero como en el pueblo. No es de extrañar, pues, que una recentísima encuesta de Paix Liturgique muestre cómo la forma extraordinaria del rito romano es prácticamente desconocida en España. No obstante, también hace constar un dato esperanzador: si se la conociera se la desearía.
8. Pero aquí está precisamente el problema: ¿cómo dar a conocer la forma extraordinaria del rito romano y hacer comprender el contenido y el sentido del motu proprio Summorum Pontificum en un país donde la Conferencia Episcopal hasta hace poco mantenía en su portal virtual un artículo demoledor contra este documento escrito por el secretario de la Comisión Episcopal de Liturgia, la misma entidad cuyo antiguo presidente (de 2002 a 2011), el Excmo. Sr. Obispo de León. Mons. Julián López Martín, se manifestó contrario a la vuelta del usus antiquior en su diócesis? Ello por no mencionar los casos del Excmo. Sr. Obispo de Málaga y del Excmo. Sr. Obispo emérito de Girona, y el hecho que de de los 75 prelados residenciales de España tan sólo tres han celebrado de acuerdo con el usus antiquior en público: el Excmo. Sr. Arzobispo de Zaragoza, Mons. Manuel Ureña Pastor, el Excmo. Sr. Obispo de Cuenca, Mons. José Yanguas Sanz, y el Excmo. Sr. Obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández González. Entre los purpurados españoles, únicamente el Emmo. Sr. Cardenal Antonio Cañizares Llovera, prefecto de la Congregación para el Culto Divino, ha oficiado en público según la forma extraordinaria en diversas ocasiones y lugares, pero nunca en territorio español, lo cual es, por lo menos, curioso. Con honrosas excepciones, como la del Excmo. Sr. Obispo de Coria-Cáceres, Mons. Francisco Cerro (que se ha expresado en términos favorables al motu proprio), puede decirse, sin temor a errar, que entre la mayoría de los jerarcas de nuestro país lo de “rito extraordinario” parece significar “rito excepcional” (y no por su imponencia o magnificencia, sino a título de excepción); parece que continúa prevaleciendo en la mayoría de ellos la mentalidad de indulto. Y ello se deja sentir en la pesada responsabilidad que supone para muchos párrocos acceder a los pedidos de sus fieles, a sabiendas de que no es cosa bien vista en sus respectivas curias episcopales y de que éstas tienen múltiples modos de ejercer presión disuasoria sobre ellos sin necesidad de contestar abiertamente el motu proprio. Evidentemente, dado que la comunión visible con el Papa y los Obispos es para nosotros un punto fundamental, no podemos por menos de esperar que esta tendencia cambie y nuestros prelados le pierdan el miedo o el recelo al motu proprio. Nada nos complacería tanto como participar en celebraciones litúrgicas del usus antiquior teniendo a la cabeza a nuestros pastores.
9. El dato positivo lo constituye el creciente incremento de los grupos estables de fieles que en España desean acogerse a la libertad reconocida por el motu proprio a escoger el rito romano clásico como su forma habitual de culto. Desde la publicación y la entrada en vigor de Summorum Pontificum hace ya cuatro años, se han multiplicado notablemente y han conseguido algunas celebraciones regulares de la Santa Misa según el Misal de 1962, así como de algunos sacramentos conforme a los libros litúrgicos del usus antiquior. Aunque los logros en este sentido, para un país de tradición católica como España sean más bien escasos, sobre todo comparados con el resto de Europa e incluso del mundo, es verdad que nuestro país no es ya el páramo que era por lo que a la liturgia romana extraordinaria se refiere. Pero la situación está muy lejos aún de ser mínimamente satisfactoria. Incluso desde el punto de vista práctico, no es posible que en ciudades como Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Zaragoza, Santiago, Bilbao, Málaga y otras metas de ingente turismo extranjero, haya escasísimas oportunidades para los viajeros de otras lenguas y que desconocen el castellano, el catalán, el valenciano, el euskera o el gallego de asistir a la Santa Misa celebrada en la lengua común de la Iglesia y con ceremonias que tienen un sentido histórico y universal. Grandes urbes como París, Londres, Roma, Nueva York, Berlín, Praga, México, Melbourne y muchas otras ciudades nos llevan la delantera en lo que podríamos llamar “cosmopolitismo litúrgico” y que no es otra cosa que la expresión tangible de la universalidad católica, que fue realidad hace medio siglo y que vale la pena recuperar con la ventaja de la perspectiva que nos da la experiencia de las últimas décadas, para enmendar viejos errores y atavismos y acabar de una vez para siempre con prejuicios y controversias.
Barcelona, a 14 de septiembre de 2011, en la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz.
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