Una de las más hermosas tradiciones de la Roma católica es, sin duda, la bendición de los corderos en la festividad de Santa Inés. Cada 21 de enero son presentados al Papa dos corderos criados por los monjes de la abadía trapense de Tre Fontane (en las afueras de la Urbe, lugar donde fue martirizado el apóstol San Pablo). A la Capilla de Urbano VIII del Palacio Apostólico son llevados los animalitos en sendas cestas aderezadas primorosamente con cintas y guirnaldas de flores. El Romano Pontífice pronuncia sobre ellos la bendición ritual en medio de una ceremonia breve, al cabo de la cual, los corderos son entregados a las monjas de Santa Cecilia. Son ellas las encargadas de tejer con la lana trasquilada a estos corderos benditos los palios que el Santo Padre consigna a los arzobispos metropolitanos el día de San Pedro y San Pablo como signo de comunión con Roma.
Todos estos detalles están llenos de simbolismo. Para empezar, consideremos la circunstancia de la bendición, que tiene lugar en relación con la festividad de Santa Inés, a la cual, por cierto, se suele representar con un cordero. Y es que el nombre de Inés en latín, Agnes, es una variante de “agnus”, que significa “cordero”. Este animal es considerado símbolo de pureza e inocencia por su aspecto y por su lana cándida. Y Santa Inés fue pura e inocente y pereció por seguir siéndolo.
Santa Inés, cordera de Cristo
Cuenta la tradición de su martirio que, siendo apenas una adolescente, el hijo del prefecto de Roma se enamoró de ella y la pidió en matrimonio, a lo que Inés respondió con una negativa por aspirar a un Esposo más excelente. El desaire hizo desencadenar la ira del pretendiente, el cual la acusó como cristiana a su padre. Éste hizo encerrarla en el Templo de las Vestales para volverla pagana en el lugar donde se custodiaba el fuego sagrado de la Ciudad. Como Inés perseveraba en su fe, fue llevada a un prostíbulo para corromperla, pero ninguno de sus frecuentadores osó tocarla salvo uno, que fue cegado por un ángel blanco. La joven virgen, compadecida del hombre, le obtuvo de Dios la devolución de la vista. Acusada entonces de magia, fue condenada a morir en la hoguera, siendo conducida al Circo Agonal o Estadio de Domiciano para la ejecución de la sentencia. Envuelta en llamas, éstas no le hacían daño, por lo cual se le dio muerte degollándola a la manera de los corderos. Mansamente, como ellos, entregó Inés su alma al Creador.
El fuego, como hemos visto, es elemento con una importante presencia en la historia de Santa Inés. De hecho, además de su significación latina, el nombre proviene del griego ‘αγνεία (ágnia), término que se refiere a lo que ha sido purificado por el fuego del sacrificio y probablemente está en relación con el culto hinduista del dios Agni (del sánscrito: fuego), cuya influencia en la religión romana se puede rastrear en el nombre de Júpiter (procedente de Diaus Pítar, el padre de Agni en la cosmogonía védica). Como sabemos por el historiador francés Fustel de Coulanges, la civilización antigua está basada en el culto familiar, que consiste primordialmente en el mantenimiento del fuego sagrado. Santa Inés puede así ser considerada como la víctima del Amor Divino, que la purifica con el fuego inextinguible del Espíritu Santo, infinitamente superior al fuego de las Vestales y al fuego natural, que no tienen poder sobre la joven virgen porque ella representa el nuevo culto que sobrepuja y substituye al antiguo.
Siguiendo con el simbolismo de la bendición de hoy, consideremos ahora su objeto: el cordero. Este animal aparece vinculado de manera especial a los sacrificios antiguos como víctima desde los comienzos mismos de la humanidad, como sugiere la referencia del Génesis al hablar de las ofrendas de Abel, que eran aceptas a Dios. También en los sacrificios de la antigua Alianza está presente. Abraham ofrece un carnero (ovis aries) al Señor en substitución de su hijo Isaac, prefiguración del sacrificio de Jesucristo, el Cordero inmaculado, ofrecido en substitución y para la redención de toda la humanidad. San Juan Bautista anuncia al Mesías como “el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”. Dado que Jesucristo en su primera venida debía mostrarse bajo la humildad y sumisión para ir al sacrificio, convenía que fuese figurado por el cordero, animal manso y pacífico, símbolo de virtudes propiamente cristianas (“Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”).
El otro santuario romano vinculado a la memoria de Santa Inés es el que se yergue soberbiamente en el lugar de su martirio: el Circo Agonal, actual Plaza Navona, donde se le rendía culto ya en el siglo VIII. La iglesia de Sant’Agnese in Agone (Santa Inés en el Agonal) fue mandada construir por el papa Inocencio X, propietario del predio. El proyecto fue comenzado por Girolamo Rainaldi, proseguido por Francesco Borromini y terminado por Carlo Rainaldi, hijo del primero, en 1672. Constituye uno de los más bellos ejemplos del barroco romano. En ella se conservan dos bellísimas estatuas (la Santa Inés en las llamas de Ferrata y el San Sebastián de Campi). Hoy sigue siendo propiedad de la familia papal de los Doria-Pamphilij (parientes de Inocencio X).
Clarísima la explicación. Venerable la tradición.
ResponderEliminarRealmente, la liturgia romana, es un "divino tesoro". Blog veritasl.blogspot.com