La Constitución Sacrosanctum Concilium sobre sagrada liturgia fue promulgada por el papa Pablo VI el 4 de diciembre de 1963. Las discusiones habían sido vivas en el aula conciliar antes de llegar a una redacción definitiva del documento, pero finalmente se había llegado a un consenso aceptable para todos, prueba de lo cual fue el hecho de haber obtenido la aprobación de los padres por 2.147 votos a favor y sólo 4 en contra. Objetivamente considerada, la Sacrosanctum Concilium no era revolucionaria: asumía las enseñanzas del magisterio papal reciente en materia litúrgica como el motu proprio Tra le sollecitudini de san Pío X y, sobre todo, la encíclica Mediator Dei de Pío XII; se mantenía al latín como lengua litúrgica; se primaba el canto gregoriano como el propio y prioritario del rito romano; se proponían, en fin, revisiones razonables de diferentes ritos. Si la reforma litúrgica se hubiera emprendido ateniéndose estrictamente a lo establecido en la constitución conciliar la Iglesia Católica se hubiera ahorrado décadas de amargas controversias, pero desgraciadamente no fue así.
El 29 de enero de 1964, era erigido el Consilium ad exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia (Consejo para la implementación de la reforma litúrgica), bajo la presidencia del cardenal Giacomo Lercaro, arzobispo de Bolonia, y teniendo como secretario al entonces P. Annibale Bugnini, C.M. (foto). Este organismo, aunque se ocupaba de materia que era de la competencia de la Sagrada Congregación de Ritos, era autónomo respecto de ésta y tenía completa libertad de acción (en la práctica, la congregación se convirtió en un mero ejecutor de los dictados del Consilium, de lo cual se quejaría con amargura uno de sus cardenales prefectos: el español Arcadio María Larraona). Formaban parte de él una cincuentena de cardenales, obispos y otros prelados y estaba dividido en 39 comisiones (coetus), cada una encargada de un tema específico y teniendo un relator a la cabeza, asistido de un secretario. Las comisiones preparaban los schemata que eran sometidos al examen de los obispos. Una vez aprobados, se sometían al juicio del Papa.
El Consilium comenzó pronto a emanar documentos. Ya Pablo VI había adelantado la aplicación de algunas de las disposiciones conciliares mediante el motu proprio Sacram Liturgiam de 25 de enero de 1964 (formación litúrgica en los seminarios, comisiones diocesanas de liturgia, inserción de la confirmación y el matrimonio dentro de la misa, dispensas relativas al rezo del oficio divino), pero sin tocar los ritos. Sin embargo, el 26 de septiembre de 1964, comenzó el primer desmantelamiento del milenario edificio litúrgico del rito romano con la instrucción Inter Oecumenici, en virtud de la cual se modificaba el ordinario de la misa y se introducía en él ampliamente el uso de la lengua vernácula. También se introdujeron los primeros cambios en la disposición interna de las iglesias como consecuencia de un marco de la celebración con elementos nuevos (sede, ambón, altar separado del muro). Todo esto alarmó considerablemente a muchos porque revelaba claramente la intención de ir más allá de lo establecido por la constitución conciliar.
Fue entonces cuando la Dra. Borghild Krane (1906-1997), psiquíatra noruega (foto), hizo un llamado a todos los católicos preocupados por la herencia litúrgica de la Iglesia a fin de unir esfuerzos en su defensa. Ésta fue la primera iniciativa que llevaría a la fundación de UNA VOCE y es significativo que procediera de un país protestante en el que el catolicismo es una exigua minoría: prueba del fino instinto que desarrollan los católicos cuando viven en un medio que no les es favorable. La Dra. Krane entró en contacto con el Dr. Eric Maria de Saventhem (1919-2005), que no era otro que Erich Vermehren, un antiguo miembro de la resistencia anti-nazi alemana que había trabajado a las órdenes del almirante Canaris en la célebre Abwehr (servicio secreto alemán). Ambos se pusieron de acuerdo para fundar una organización internacional, a la que pusieron por nombre UNA VOCE, en alusión a las palabras del prefacio de la Santísima Trinidad que introducen el Sanctus y que hablan de los coros angélicos, “qui non cessant clamare quotidie una voce dicentes…” (“que no cesan de clamar a diario, diciendo todos a una…”). Esta afortunada denominación nos lleva a considerar que la liturgia es alabanza y adoración, y que la liturgia terrestre debe ser reflejo y anticipación de la eterna liturgia celestial y, por lo tanto, no es mera obra de hombres, sino que baja de lo alto a través de la Iglesia.
Durante los últimos meses de 1964 y los primeros de 1965, se formaron las primeras asociaciones nacionales de UNA VOCE: en países como Francia, los Estados Unidos, Alemania y el Reino Unido. Delegados de seis de ellas se dieron cita en Roma para cambiar impresiones y coordinar esfuerzos. Fue esto a principios de 1965, por la misma época por la que entraba en vigor lo dispuesto por la instrucción Inter Oecumenici y se confirmaban los temores de que la cosa no pararía allí, sino de que se iría a más. Un verdadero prurito de novedad lo había invadido todo y se avanzaba frenéticamente hacia un cambio drástico de lo que hasta entonces había sido el culto católico (de ello daría fe en sus memorias, con no disimulado desagrado, el cardenal Ferdinando Antonelli, miembro destacado del Consilium). Los primeros abusos comenzaron a hacerse patentes. Cuando el 8 de enero de 1967 se erigió en Zürich (Suiza) la Federación Internacional que agrupaba a las asociaciones nacionales UNA VOCE bajo la presidencia del Dr. de Saventhem (foto), se hallaba en plena marcha la reforma total de la misa. El 4 de mayo de ese mismo año se publicó la instrucción Tres abhinc annos, que introducía nuevas modificaciones en el ordinario de la misa y en el rezo del breviario y ampliaba aún más el uso de la lengua vernácula (incluso en el canon de la misa). Se trataba de una medida provisional, pues la entera reforma del rito de la misa estaba ya muy avanzada.
En el curso del Sínodo de los Obispos de 1967, se ensayó un nuevo ordenamiento del rito eucarístico llamado missa normativa, el cual fue celebrado por el propio P. Bugnini en la Capilla Sixtina el 24 de octubre en presencia de los padres sinodales. Demandada la opinión de éstos mediante voto, el resultado fue en conjunto desfavorable, pero ello no impidió que, hechos algunos retoques, dicha misa fuera impuesta dos años más tarde con el nombre de Novus Ordo Missae (NOM) en virtud de la constitución apostólica Missale Romanum promulgada por Pablo VI con fecha 3 de abril de 1969. Tres días después de esta fecha se publicaba la primera edición típica del nuevo misal, el cual fue inmediatamente objeto de un severo juicio teológico y litúrgico por parte de un selecto grupo de estudiosos romanos, cuyo Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae fue presentado al Papa con el respaldo de los cardenales Alfredo Ottaviani, prefecto emérito de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe (foto), y Antonio Bacci, eximio latinista.
La carta de los dos purpurados que acompañaba el estudio –fechada en la festividad de Corpus Christi de 1969– era contundente: el Novus Ordo Missae “se aleja de manera impresionante, en conjunto y en detalle, de la teología católica de la misa, tal como fue formulada en la XXII sesión del concilio de Trento, el cual, al fijar definitivamente los canones del rito, levantó una barrera infranqueable contra toda herejía que pudiera menoscabar la integridad del Misterio”. De hecho, este alejamiento era patente en la definición de la misa que ofrecía el artículo 7 de las normas generales del nuevo misal, en la cual se omitía toda referencia a un sacrificio propiciatorio y, en cambio, se enfatizaba el carácter de cena y de asamblea en un modo que parecía más protestante que católico. Pablo VI tomó en cuenta, sin duda, las observaciones del Breve Examen Crítico, ya que rectificó la redacción del polémico artículo 7 en un sentido ahora claramente católico. Sin embargo, fue la única modificación que se hizo del rito, el cual debía entrar en vigor en 1970.
En los países que habían atravesado por la reforma protestante y en los que el catolicismo había tenido que convivir con ella (Alemania, Estados Unidos) o, incluso, sobrevivir (Reino Unido), la novedad de la misa promulgada por Pablo VI respecto del rito precedente fue percibida de manera especial y no sin inquietud y malestar por las similitudes más que accidentales con los servicios de comunión de las diferentes confesiones reformadas (de lo cual dio testimonio, por ejemplo, el académico Julien Green, convertido del anglicanismo, que relató su estupor al asistir por primera vez a una misa moderna y comprobar su peligroso parecido con el servicio de comuníón del Book of Common Prayer de la Iglesia de Inglaterra). Y esto no era sólo una impresión subjetiva: los mismos dirigentes de la Iglesia de la Confesión de Augsburgo (luterana) admitieron que con el nuevo misal era posible para los protestantes celebrar la Santa Cena del Señor, siendo así que nunca habría podido hacerse esto con el antiguo.
Es por ello por lo que la Latin Mass Society (asociación fundada en 1965 y una de las primeras que entraron a formar parte de UNA VOCE) tomó la iniciativa de solicitar al Santo Padre que pudiera seguir celebrándose la misa en Inglaterra y Gales de acuerdo según el rito romano codificado en Trento. Esta petición fue firmada por varias personalidades importantes de la sociedad británica de entonces, tanto católicas como no católicas. El cardenal Heenan, arzobispo de Westminster (foto), que había interpuesto sus buenos oficios ante el papa Montini en apoyo de aquélla, recibió del P. Annibale Bugnini (en su condición de secretario de la Sagrada Congregación para el Culto Divino) una carta fechada el 5 de noviembre de 1971, en la que se le notificaba la concesión del llamado “indulto inglés”: a petición de ciertos grupos de fieles y en ocasiones especiales se podía celebrar la misa de acuerdo con el misal tridentino (aunque usando la edición del ordinario de 1965 con las modificaciones introdicidad en 1967). Se puede decir que, a pesar de las restricciones, la misa romana clásica se salvó de la total proscripción gracias a UNA VOCE, a través de una de sus asociaciones más destacadas.
El 29 de enero de 1964, era erigido el Consilium ad exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia (Consejo para la implementación de la reforma litúrgica), bajo la presidencia del cardenal Giacomo Lercaro, arzobispo de Bolonia, y teniendo como secretario al entonces P. Annibale Bugnini, C.M. (foto). Este organismo, aunque se ocupaba de materia que era de la competencia de la Sagrada Congregación de Ritos, era autónomo respecto de ésta y tenía completa libertad de acción (en la práctica, la congregación se convirtió en un mero ejecutor de los dictados del Consilium, de lo cual se quejaría con amargura uno de sus cardenales prefectos: el español Arcadio María Larraona). Formaban parte de él una cincuentena de cardenales, obispos y otros prelados y estaba dividido en 39 comisiones (coetus), cada una encargada de un tema específico y teniendo un relator a la cabeza, asistido de un secretario. Las comisiones preparaban los schemata que eran sometidos al examen de los obispos. Una vez aprobados, se sometían al juicio del Papa.
El Consilium comenzó pronto a emanar documentos. Ya Pablo VI había adelantado la aplicación de algunas de las disposiciones conciliares mediante el motu proprio Sacram Liturgiam de 25 de enero de 1964 (formación litúrgica en los seminarios, comisiones diocesanas de liturgia, inserción de la confirmación y el matrimonio dentro de la misa, dispensas relativas al rezo del oficio divino), pero sin tocar los ritos. Sin embargo, el 26 de septiembre de 1964, comenzó el primer desmantelamiento del milenario edificio litúrgico del rito romano con la instrucción Inter Oecumenici, en virtud de la cual se modificaba el ordinario de la misa y se introducía en él ampliamente el uso de la lengua vernácula. También se introdujeron los primeros cambios en la disposición interna de las iglesias como consecuencia de un marco de la celebración con elementos nuevos (sede, ambón, altar separado del muro). Todo esto alarmó considerablemente a muchos porque revelaba claramente la intención de ir más allá de lo establecido por la constitución conciliar.
Fue entonces cuando la Dra. Borghild Krane (1906-1997), psiquíatra noruega (foto), hizo un llamado a todos los católicos preocupados por la herencia litúrgica de la Iglesia a fin de unir esfuerzos en su defensa. Ésta fue la primera iniciativa que llevaría a la fundación de UNA VOCE y es significativo que procediera de un país protestante en el que el catolicismo es una exigua minoría: prueba del fino instinto que desarrollan los católicos cuando viven en un medio que no les es favorable. La Dra. Krane entró en contacto con el Dr. Eric Maria de Saventhem (1919-2005), que no era otro que Erich Vermehren, un antiguo miembro de la resistencia anti-nazi alemana que había trabajado a las órdenes del almirante Canaris en la célebre Abwehr (servicio secreto alemán). Ambos se pusieron de acuerdo para fundar una organización internacional, a la que pusieron por nombre UNA VOCE, en alusión a las palabras del prefacio de la Santísima Trinidad que introducen el Sanctus y que hablan de los coros angélicos, “qui non cessant clamare quotidie una voce dicentes…” (“que no cesan de clamar a diario, diciendo todos a una…”). Esta afortunada denominación nos lleva a considerar que la liturgia es alabanza y adoración, y que la liturgia terrestre debe ser reflejo y anticipación de la eterna liturgia celestial y, por lo tanto, no es mera obra de hombres, sino que baja de lo alto a través de la Iglesia.
Durante los últimos meses de 1964 y los primeros de 1965, se formaron las primeras asociaciones nacionales de UNA VOCE: en países como Francia, los Estados Unidos, Alemania y el Reino Unido. Delegados de seis de ellas se dieron cita en Roma para cambiar impresiones y coordinar esfuerzos. Fue esto a principios de 1965, por la misma época por la que entraba en vigor lo dispuesto por la instrucción Inter Oecumenici y se confirmaban los temores de que la cosa no pararía allí, sino de que se iría a más. Un verdadero prurito de novedad lo había invadido todo y se avanzaba frenéticamente hacia un cambio drástico de lo que hasta entonces había sido el culto católico (de ello daría fe en sus memorias, con no disimulado desagrado, el cardenal Ferdinando Antonelli, miembro destacado del Consilium). Los primeros abusos comenzaron a hacerse patentes. Cuando el 8 de enero de 1967 se erigió en Zürich (Suiza) la Federación Internacional que agrupaba a las asociaciones nacionales UNA VOCE bajo la presidencia del Dr. de Saventhem (foto), se hallaba en plena marcha la reforma total de la misa. El 4 de mayo de ese mismo año se publicó la instrucción Tres abhinc annos, que introducía nuevas modificaciones en el ordinario de la misa y en el rezo del breviario y ampliaba aún más el uso de la lengua vernácula (incluso en el canon de la misa). Se trataba de una medida provisional, pues la entera reforma del rito de la misa estaba ya muy avanzada.
En el curso del Sínodo de los Obispos de 1967, se ensayó un nuevo ordenamiento del rito eucarístico llamado missa normativa, el cual fue celebrado por el propio P. Bugnini en la Capilla Sixtina el 24 de octubre en presencia de los padres sinodales. Demandada la opinión de éstos mediante voto, el resultado fue en conjunto desfavorable, pero ello no impidió que, hechos algunos retoques, dicha misa fuera impuesta dos años más tarde con el nombre de Novus Ordo Missae (NOM) en virtud de la constitución apostólica Missale Romanum promulgada por Pablo VI con fecha 3 de abril de 1969. Tres días después de esta fecha se publicaba la primera edición típica del nuevo misal, el cual fue inmediatamente objeto de un severo juicio teológico y litúrgico por parte de un selecto grupo de estudiosos romanos, cuyo Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missae fue presentado al Papa con el respaldo de los cardenales Alfredo Ottaviani, prefecto emérito de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe (foto), y Antonio Bacci, eximio latinista.
La carta de los dos purpurados que acompañaba el estudio –fechada en la festividad de Corpus Christi de 1969– era contundente: el Novus Ordo Missae “se aleja de manera impresionante, en conjunto y en detalle, de la teología católica de la misa, tal como fue formulada en la XXII sesión del concilio de Trento, el cual, al fijar definitivamente los canones del rito, levantó una barrera infranqueable contra toda herejía que pudiera menoscabar la integridad del Misterio”. De hecho, este alejamiento era patente en la definición de la misa que ofrecía el artículo 7 de las normas generales del nuevo misal, en la cual se omitía toda referencia a un sacrificio propiciatorio y, en cambio, se enfatizaba el carácter de cena y de asamblea en un modo que parecía más protestante que católico. Pablo VI tomó en cuenta, sin duda, las observaciones del Breve Examen Crítico, ya que rectificó la redacción del polémico artículo 7 en un sentido ahora claramente católico. Sin embargo, fue la única modificación que se hizo del rito, el cual debía entrar en vigor en 1970.
En los países que habían atravesado por la reforma protestante y en los que el catolicismo había tenido que convivir con ella (Alemania, Estados Unidos) o, incluso, sobrevivir (Reino Unido), la novedad de la misa promulgada por Pablo VI respecto del rito precedente fue percibida de manera especial y no sin inquietud y malestar por las similitudes más que accidentales con los servicios de comunión de las diferentes confesiones reformadas (de lo cual dio testimonio, por ejemplo, el académico Julien Green, convertido del anglicanismo, que relató su estupor al asistir por primera vez a una misa moderna y comprobar su peligroso parecido con el servicio de comuníón del Book of Common Prayer de la Iglesia de Inglaterra). Y esto no era sólo una impresión subjetiva: los mismos dirigentes de la Iglesia de la Confesión de Augsburgo (luterana) admitieron que con el nuevo misal era posible para los protestantes celebrar la Santa Cena del Señor, siendo así que nunca habría podido hacerse esto con el antiguo.
Es por ello por lo que la Latin Mass Society (asociación fundada en 1965 y una de las primeras que entraron a formar parte de UNA VOCE) tomó la iniciativa de solicitar al Santo Padre que pudiera seguir celebrándose la misa en Inglaterra y Gales de acuerdo según el rito romano codificado en Trento. Esta petición fue firmada por varias personalidades importantes de la sociedad británica de entonces, tanto católicas como no católicas. El cardenal Heenan, arzobispo de Westminster (foto), que había interpuesto sus buenos oficios ante el papa Montini en apoyo de aquélla, recibió del P. Annibale Bugnini (en su condición de secretario de la Sagrada Congregación para el Culto Divino) una carta fechada el 5 de noviembre de 1971, en la que se le notificaba la concesión del llamado “indulto inglés”: a petición de ciertos grupos de fieles y en ocasiones especiales se podía celebrar la misa de acuerdo con el misal tridentino (aunque usando la edición del ordinario de 1965 con las modificaciones introdicidad en 1967). Se puede decir que, a pesar de las restricciones, la misa romana clásica se salvó de la total proscripción gracias a UNA VOCE, a través de una de sus asociaciones más destacadas.
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