Ex lectionibus secundi nocturni Matutinorum in festo Sacratissimi Cordis Iesu
Inter mira sacræ doctrínæ pietatísque increménta, quibus divínæ Sapiéntiæ consília clárius in dies Ecclésiæ manifestántur, vix áliud magis conspícuum est quam triumphális progréssio cultus sacratíssimi Cordis Jesu. Sæpius quidem, priórum decúrsu témporum, Patres, Doctóres, Sancti, Redemptóris nostri amórem celebrárunt: vulnus in látere Christi apértum ómnium gratiárum arcánum dixérunt fontem. At inde a médio ævo, cum tenerióre quadam erga sanctíssimam Salvatóris Humanitátem religióne fidéles áffici coepti sunt, ánimæ contemplatívæ per plagam illam ad ipsum Cor, amóre hóminum vulnerátum, penetráre fere solébant. Atque ex eo témpore hæc contemplátio sanctíssimis quibúsque ita familiáris evásit, ut neque régio neque ordo religiósus sit, in quibus non insígnia, hac ætáte, ejus reperiántur testimónia. Próximis demum sæculis, eóque potíssimum témpore quo hærétici, sub falsæ pietátis título, a sanctíssima Eucharístia Christiános detérrere conabántur, cultus sacratíssimo Cordi públice exhibéri coeptus est, ópera imprímis sancti Joánnis Eudes, qui auctor litúrgici cultus sacrórum Córdium Jesu et Maríæ haud immérito nuncupátur.
Verum, ad cultum sacratíssimi Cordis Jesu plene perfectéque constituéndum, eumdémque per totum orbem propagándum, Deus ipse sibi instruméntum elégit humíllimam ex órdine Visitatiónis vírginem, sanctam Margarítam Maríam Alacóque, cui, a prima quidem ætáte jam in Eucharístiæ Sacraméntum amóre flagránti, Christus Dóminus sæpenúmero appárens, divíni Cordis sui et divítias et optáta significáre dignátus est. Quarum apparitiónum celebérrima illa est, qua ei ante Eucharístiam oránti Jesus conspiciéndum se dedit, sacratíssimum Cor osténdit et conquéstus quod, pro imménsa sua caritáte, nihil nisi ingratórum hóminum contumélias recíperet, ipsi præcépit ut novum festum, féria sexta post Octávam Córporis Christi, instituéndum curáret, quo Cor suum honóre débito colerétur, atque injúriæ sibi in Sacraménto amóris a peccatóribus illátæ dignis expiaréntur obséquiis. Quot autem quantásque Dei fámula in Christi mandátis exsequéndis expérta sit difficultátes, nemo est qui ignóret; sed ab ipso Dómino confírmata, atque a religiósis ánimæ suæ moderatóribus, qui incredíbili quodam ardóre ad hunc cultum promovéndum laborárunt, strénue adjúta, múnere sibi cælitus commísso fidéliter fungi ad mortem usque non déstitit.
Anno tandem millésimo septingentésimo sexagésimo quinto, Clemens décimus tértius Póntifex Máximus offícium et missam in honórem sacratíssimi Cordis Jesu approbávit; Pius vero nonus festum ad univérsam Ecclésiam exténdit. Exínde, cultus sacratíssimi Cordis, quasi flumen exúndans, prolútis impediméntis ómnibus, per totum se orbem effúdit, et, novo illucescénte sæculo, jubilæo indícto, Leo décimus tértius humánum genus univérsum sacratíssimo Cordi devótum vóluit. Quæ consecrátio, in ómnibus quidem cathólici orbis ecclésiis, sollémni ritu perácta, ingens áttulit devotiónis hujus increméntum, et ad eam non solum pópulos, verum étiam singuláres famílias addúxit, quæ Divíno Cordi innumerábiles se dévovent, regióque ejus império subjíciunt. Dénique, Pius undécimus Póntifex Máximus, quo plénius festi sollémnitas pópuli christiáni devotióni tam late paténti respondéret, sacratíssimi Cordis Jesu festum ad ritum dúplicem primæ classis cum octáva evéxit; ac prætérea, ut violáta jura Christi summi Regis ac Dómini amantíssimi resarciréntur, populorúmque peccáta defleréntur, eódem festo die piaculárem precatiónem in ómnibus christiáni orbis templis quotánnis recitándam mandávit.
De las lecciones del segundo nocturno de Maitines de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús
Entre los admirables incrementos de la sagrada doctrina y de la piedad, por medio de los cuales se manifiestan con cada vez mayor claridad a la Iglesia los designios de la Divina Sabiduría, difícilmente hay alguno más evidente que el triunfal progreso del culto al Sagrado Corazón de Jesús. Muy a menudo, en efecto, en el curso de los siglos pasados, celebraron el amor de nuestro Redentor, los Padres, Doctores y Santos, que llamaron a la herida abierta en el costado de Cristo el manantial escondido de todas las gracias. Ya desde el Medioevo, cuando los fieles comenzaron a tener una más tierna devoción a la Humanidad santísima del Salvador, las almas contemplativas se acostumbraron a penetrar a través de esa llaga en el Corazón mismo, herido por amor a los hombres. Y desde esa época esta forma de contemplación se volvió tan familiar a la gente piadosa, que no hubo región ni orden religiosa entonces en las que no se hallaran testimonios insignes de ella. En tiempos más próximos, sobre todo en aquel en el que los herejes intentaban apartar a los cristianos de la Santísima Eucaristía, empezó a mostrarse públicamente la devoción al Sagrado Corazón, gracias principalmente a san Juan Eudes, que es justamente reconocido como iniciador del culto a los Sagrados Corazones de Jesús y de María.
Sin embargo, para establecer más plena y perfectamente el culto al Sagrado Corazón de Jesús y difundirlo por todo el orbe, el mismo Dios eligió como su instrumento a una humildísima religiosa de la orden de la Visitación: santa Margarita María Alacoque, quien, encendida en ardiente amor a la Santísima Eucaristía ya desde su más temprana edad, se le apareció varias veces Nuestro Señor Jesucristo, dignándose revelarle las riquezas y los deseos de su Corazón divino. La más célebre de estas apariciones fue aquella en la que Jesús mismo se le manifestó mientras ella oraba delante de la Eucaristía, le mostró su Sagrado Corazón y, quejándose de que en cambio de su inmenso amor no recibía más que ofensas de los hombres ingratos, le mandó procurar que se instituyera una nueva fiesta en el viernes después de la octava de Corpus, en la cual se rindiera el honor debido a su Corazón y fueran expiadas con dignos obsequios las injurias cometidas contra Él por los pecadores en el Sacramento del amor. Nadie ignora las muchas y grandes dificultades que experimentó la sierva de Dios en el cumplimiento de la misión que le encomendó Cristo, pero fortalecida por el mismo Señor y con la decidida ayuda de sus directores espirituales, que trabajaron con un increíble fervor en promover esta devoción, nunca dejó de cumplir fielmente hasta la muerte la tarea que le había encomendado el Cielo.
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