miércoles, 21 de octubre de 2009

Vigencia de los libros litúrgicos del rito romano clásico


Dice el motu proprio Summorum Pontificum:

Art. 1. El Misal Romano promulgado por Pablo VI es la expresión ordinaria de la "Lex orandi" ("Ley de la oración"), de la Iglesia católica de rito latino. No obstante el Misal Romano promulgado por San Pío V y nuevamente por el beato Juan XXIII debe considerarse como expresión extraordinaria de la misma "Lex orandi" y gozar del respeto debido por su uso venerable y antiguo. Estas dos expresiones de la "Lex orandi" de la Iglesia no llevarán de forma alguna a una división de la "Lex credendi" ("Ley de la fe") de la Iglesia; son, de hecho, dos usos del único rito romano.
Por eso es lícito celebrar el Sacrificio de la Misa según la edición típica del Misal Romano promulgado por el beato Juan XXIII en 1962, que no se ha abrogado nunca, como forma extraordinaria de la Liturgia de la Iglesia.

Art. 9. §1. El párroco, tras haber considerado todo atentamente, puede conceder la licencia para usar el ritual precedente en la administración de los sacramentos del Bautismo, del Matrimonio, de la Penitencia y de la Unción de Enfermos, si lo requiere el bien de las almas.
§2. A los ordinarios se concede la facultad de celebrar el sacramento de la Confirmación usando el precedente Pontifical Romano, siempre que lo requiera el bien de las almas.
§3. A los clérigos constituidos
"in sacris" es lícito usar el Breviario Romano promulgado por el Beato Juan XXIII en 1962.

Partamos del principio que la liturgia es un todo coherente y que no puede admitirse la vigencia de un determinado libro litúrgico sin admitir al mismo tiempo la de los demás. Tradicionalmente, la plegaria y el sacrificio han ido siempre de consuno. El oficio divino y la misa han sido y deben ser concordantes entres sí. De hecho, históricamente, toda reforma de las rúbricas del Breviario ha comportado también la reforma simultánea de las del Misal. Ambos libros comparten un mismo calendario litúrgico, con idénticos ciclos: el temporal y el santoral. Sería incongruente celebrar la misa romana clásica y rezar la moderna Liturgia de las Horas (de modo semejante a como sería celebrar la misa en rito siro-malabar y rezar el breviario ambrosiano). Cuando San Pío V emprendió la reforma tridentina de la liturgia romana se apresuró a publicar el Breviario (1568) y casi inmediatamente el Misal (1570), consciente de la ligazón especial de ambos libros.

¿Y en cuanto a los demás? El Ritual y el Pontifical contienen las fórmulas según las cuales se deben administrar los sacramentos y sacramentales respectivamente por los simples presbíteros y por los obispos. Como estas ceremonias no dependen de un calendario o ciclo litúrgico, no están en directa concordancia con el Breviario, pero sí están en relación con el Misal toda vez que algunos sacramentos (Confirmación, Eucaristía, Orden sagrado y Matrimonio) se administran normalmente dentro de la celebración de la Misa. El Ceremonial de los Obispos, que indica la disposición de las personas, lugares y cosas sagradas para la celebración de la misa y de los sacramentos y el canto solemne del oficio, es un libro subsidiario tanto del Misal y del Pontifical, como del Breviario. El Memorial de Ritos, como compendio de las principales ceremonias del año litúrgico para su celebración de modo solemnizado en las iglesias con poco clero, también depende, pues, del Misal, así como del Ritual.

El Martirologio es un complemento del Breviario para el rezo conventual de la hora de Prima y concuerda necesariamente con el Calendario. En cuanto al Epistolario, el Evangeliario y el Canon episcopal, siendo como son libros usados en la celebración solemne y la pontifical de la misa, obviamente siguen el Misal. Respecto a los libros musicales, dígase lo mismo: siguen el Misal y el Breviario en cuanto que sirven para la celebración cantada de la misa (Kirial y Gradual) y el oficio divino (Antifonal). Estos últimos libros se hallan compendiados en el Liber Usualis, editado por los benedictinos de Solesmes.

Sacra Liturgia est opus Dei

Vemos, pues, que no es indiferente el uso o no de los libros litúrgicos del rito romano clásico y en este sentido creemos que debe entenderse cuanto dice el Santo Padre Benedicto XVI sobre su uso en el motu proprio Summorum Pontificum. La práctica reciente, además, avala esta interpretación, ya que, aunque en el documento pontificio no se menciona la ordenación de ministros sagrados, el hecho es que el Pontifical Romano clásico es usado para conferir órdenes mayores y menores sin ningún problema a miembros de institutos clericales que tiene como propia la liturgia romana clásica. Nada impide que los mismos obispos que efectúan estas ordenaciones decidan utilizar el Pontifical para sus propios diocesanos, especialmente si prevé que algunos de ellos querrán celebrar la misa tradicional o servir a una parroquia personal de rito romano extraordinario.

La expresión de la lex credendi por la lex orandi, por otro lado, debería ser homogénea. Aunque las dos formas del rito romano manifiestan la misma fe y no son contradictorias entre sí (como son contradictorias con ningún otro rito católico), es claro que se trata de cosas diversas por su génesis y por su espíritu. Cada una de dichas formas es una aproximación determinada de la lex credendi, con su dinámica, su sensibilidad y su carácter propios. Desgajar uno de los elementos de la totalidad de la forma del rito para insertarla en un contexto que no es propiamente el suyo, haría de él una anomalía. Por eso, la Iglesia sabiamente ha insistido siempre en seguir toda la liturgia en el rito en el que uno ha sido bautizado (aunque todos los demás sean válidos y legítimos).

Repasemos, para concluir, la relación de los distintos libros litúrgicos del rito romano clásico por el orden cronológico de su primera edición típica (editio princeps):



Breviarium Romanum (Breviario). Mandado publicar por San Pío V mediante la bula Quod a nobis de 9 de junio de 1568. Fue reformado profundamente por San Pío X en virtud de su bula Divino afflatu de 1º de noviembre de 1911, que revalorizó el oficio dominical y temporal –casi completamente desplazado por el santoral en el curso de los siglos– y redujo el número de salmos en ciertas horas. Pío XII hizo publicar en 1956 una nueva edición, en la que se insertaban: el salterio piano (el elaborado por el futuro cardenal Bea y promulgado por el motu proprio In cotidianis precibus de 24 de marzo de 1944), la simplificación de las rúbricas (decreto de la Sagrada Congregación de Ritos De rubricis ad simpliciorem formam redigendis de 23 de marzo de 1955) y las reformas de la Semana Santa (puestas en vigor por el decreto de la Sagrada Congregación de Ritos Maxima redemptionis de 16 de noviembre de 1955). En 1962, el beato Juan XXIII publicó una nueva editio typica del Breviarium Romanum para conformar éste al nuevo código de rúbricas (promulgado con el motu proprio Rubricarum instructum de 25 de julio de 1960). Fue la última antes de la introducción de la reforma litúrgica postconciliar.

Missale Romanum (Misal Romano). También es de San Pío V la primera edición típica impresa, promulgada por la célebre bula Quo primum tempore de 14 de julio de 1570, dotada de un indulto perpetuo para poder decir o cantar la misa según las fórmulas y ceremonias prescritas en dicha edición “en cualquier tiempo y lugar” y sin coacción de nadie. Clemente VIII (bula Cum Sanctissimum de 7 de julio de 1604) y Urbano VIII (bula Si quid est de 2 de septiembre de 1634) mandaron expurgar la edición de 1570 de errores tipográficos. San Pío X (1911) y Benedicto XV (1920) modificaron levemente ciertas rúbricas. El Misal, mientras tanto se fue enriqueciendo con la institución de nuevas fiestas y la introducción de nuevos prefacios y propios de santos. El 9 de febrero de 1951, la Sagrada Congregación de Ritos decretó la restauración de la vigilia pascual, que se celebraba el Sábado de Gloria por la mañana, a su horario natural en la noche de dicho día al Domingo de Resurrección. En 1955 se incorporó al Misal la simplificación de las rúbricas de Pío XII. Ese mismo año fue publicado el Ordo Hebdomadae Sancta instauratus en virtud del decreto ya citado Maxima Redemptionis. El 13 de noviembre de 1962, el beato Juan XXIII, en virtud del decreto Novis hisce temporibus, mandó que se introdujera el nombre del glorioso patriarca San José en el canon de la misa. El mismo pontífice, considerando que era necesario refundir en un solo libro las últimas modificaciones del Misal, dispuso en 1962 la publicación de una nueva edición típica, que es la actualmente vigente a estar a lo dispuesto en el motu proprio Summorum Pontificum de Benedicto XVI. La posterior edición de 1965 y las modificaciones de 1967 han de verse más bien como pasos hacia la reforma integral de 1969, por lo que deberían considerarse como parte de la historia del rito romano moderno y no del clásico.

Rituale Romanum (Ritual Romano). Gregorio XIII había encargado al cardenal Santoro la compilación de un libro que contuviera todos los ritos de la administración de los sacramentos y los sacramentales. Esta obra, tan voluminosa como poco práctica para uso de los sacerdotes no vio la luz, pero sirvió de base para los trabajos de una comisión establecida por Pablo V para dar a la Iglesia latina un ritual unificado. El resultado fue el Rituale Romanum, promulgado por este papa mediante la bula Apostolicae Sedis de 17 de junio de 1614. Esta primera edición típica fue objeto de algunas modificaciones introducidas por Benedicto XIV, el beato Pío IX, León XIII, San Pío X, Pío XI (que adaptó el Rituale al nuevo Código de Derecho Canónico de 1917) y Pío XII. La última edición del Ritual data de 1952, habiendo sido introducida en ella la autorización al párroco para conferir el sacramento de la confirmación a un feligrés en peligro de muerte. También se añadieron nuevos formularios de bendiciones. El Ritual Romano suele estar acompañado de apéndices según los países y las diócesis con los ritos peculiares respectivos. En España dicho apéndice es el Manuale Toletanum, de origen hispano-mozárabe (cuya primera edición data de 1494). En Iberoamérica apareció en 1962 el Elenchus Rituum ad instar Appendicis Ritualis Romani ad usum Americae Latinae.

Pontificale Romanum (Pontifical Romano). Publicado por Clemente VIII (bula Ex quo in Ecclesia Dei de 20 de febrero de 1596), tiene su origen en la recopilación de costumbres de la capilla papal elaborada por Johannes Burcardus y Augusto Patrizi Piccolomini en 1485 (publicada bajo los auspicios de Inocencio VIII). Esta edición típica substituyó obligatoriamente los diversos pontificales que venían siendo usados en la Iglesia, entre los que sobresalían los de Egberto de York, San Albano de Maguncia y Durando de Mende (habiendo gozado éste último de cierto carácter oficial). El Pontifical fue objeto de algunas modificaciones menores bajo Urbano VIII (1944) y Benedicto XIV (1752). León XIII publicó una nueva edición típica en 1888. El 20 de febrero de 1950 se incluyeron las reformas oportunas al rito de la sagrada ordenación dimanantes de la constitución apostólica Sacramentum Ordinis de 30 de noviembre de 1947 (por la que Pío XII precisa la materia y la forma del sacramento del orden sagrado). El beato Juan XXIII promulgó en 1962 una tercera edición típica.

Coeremoniale Episcoporum (Ceremonial de los Obispos). También se debe a Clemente VIII la editio princeps de este libro complementario del Pontifical, la cual fue publicada en virtud de la bula Cum novissimi de 16 de julio del año jubilar 1600. Su base es el Ordo romanus de los ceremoniarios pontificios Burcardo, Patrizi Piccolomini y Paris de Grassis, sometido a revisión desde 1582 por una comisión especial de prelados instituida por Gregorio XIII por consejo de San Carlos Borromeo, el cual quería darle oficialidad y fungió como presidente de aquélla. Mientras discurrían los trabajos de revisión, Sixto V fundó en 1587 la Sagrada Congregación de Ritos para vigilar la liturgia y las ceremonias eclesiásticas. El Ceremonial de los Obispos fue revisado sucesivamente por Inocencio X (1650), Benedicto XIII (1727) y Benedicto XIV (que le añadió un tercer libro en 1752). León XIII mandó publicar en 1886 una nueva edición típica. Este libro litúrgico, sumamente útil desde el punto de vista de las rúbricas y de la disposición material del culto, es de obligada observancia no sólo en las iglesias catedrales, sino también en las menores, tanto para las funciones propias del obispo como para las de los simples sacerdotes cuando celebran actos litúrgicos.

Memoriale Rituum (Memorial de Ritos). Originalmente fue compuesto por el cardenal dominico Vincenzo Maria Orsini para su diócesis de Benevento con el fin de facilitar a sus sacerdotes las celebraciones litúrgicas más solemnes en las iglesias pequeñas y con poco clero. Ya como papa Benedicto XIII lo extendió a toda la Iglesia, publicándolo en 1725, año del sínodo romano lateranense. A partir de la reforma de la Semana Santa de 1956, que contempla también su celebración simplificada, el Memorial de Ritos ya no es de aplicación en este capítulo, aunque continúa siendo útil para la bendición de las candelas el 2 de febrero y la de las cenizas al inicio de la Cuaresma.

Martyrologium Romanum (Martirologio Romano). Es libro litúrgico considerando que se utiliza obligatoriamente en la hora de prima del oficio divino monástico y catedralicio o colegial (siendo optativo en el rezo privado). La editio princeps apareció publicada por mandato de Gregorio XIII en 1583, aunque sin aprobación. Pero el mismo papa, mediante su constitución apostólica Emendato iam Kalendario de 14 de enero de 1584, la impuso como típica para toda la Iglesia, siendo así reemplazados los diversos martirologios históricos (el Jeronimiano, el del Venerable Beda, el de Rábano Mauro, el de Usuardo, etc.). Urbano VIII (1630) publicó una nueva edición en la que se recogían las correcciones del cardenal Baronio (autor del interesantísimo tratado que sirve de prefacio al Martirologio). Clemente X y el beato Inocencio XI también hicieron sendas revisiones, pero fue la de Benedicto XIV la más importante, al adaptar el libro a las normas sobre la canonización y beatificación de nuevos santos (como consta en su carta al rey Juan V de Portugal, en la que explica los alcances de su edición típica). Posteriormente, San Pío X (1913) y Benedicto XV (1922), declararon típicas sus respectivas ediciones. De la segunda fueron reimpresiones (aunque con el añadido de nuevos santos y beatos elevados a los altares después de ese año) las de 1948 y 1956 bajo Pío XII.

En cuanto a los libros litúrgicos musicales, tenemos cinco:

a) el Graduale Romanum (Gradual Romano), que contiene los cantos de los propios y del ordinario de la Misa;
b) el Kyriale Romanum (Kirial Romano), extracto del Gradual, que contiene los cantos del ordinario de la Misa:
c) el Antiphonale Romanum (Antifonal Romano), con las antífonas, responsorios y el salterio del oficio divino;
d) el Vesperale Romanum (Vesperal Romano), extracto del Antifonal, con el canto para vísperas y completas, y
e) el Liber Usualis Missae et Officii, edición en un solo tomo en el que se hallan refundidos todos los anteriores.


Todos estos libros están editados por la abadía benedictina de Solesmes, a la que se debe la gran restauración del canto eclesiástico desde el siglo XIX. La última edición del Liber Usualis es la de 1962, en la que quedaron incorporados: la reforma de la Semana Santa de 1956 y el salterio piano de 1944 (como alternativo al de la Vulgata).


domingo, 11 de octubre de 2009

Gran Jornada de UNA VOCE FRANCE en Fontfroide



Abadía de Fontfroide (ss. XII-XIII)

En la antigua abadía benedictina de Fontfroide, situada en la actual diócesis de Carcasona y Narbona, tuvo lugar el pasado sábado 10 de octubre la Gran Jornada de Una Voce Francia organizada como acción de gracias al Santo Padre por el motu proprio Summorum Pontificum pero también como encuentro para someter a análisis y examen la aplicación de éste al cabo de dos años de su promulgación y reflexionar sobre sus perspectivas de futuro.

La Jornada se inició con una Misa Solemne celebrada por el R. P. Daniel Séguy, párroco de Caussade, y en la que la schola gregoriana dirigida por el maestro Philippe Bevillard de Port-Marly (Yvelines) –a la que se unió la asamblea de los fieles asistentes– cantó la misa Os Justi correspondiente a la fiesta de San Francisco de Borja. Una coral polifónica bajo la dirección del maestro Michel Bouvet de Narbona interpretó diversas piezas de polifonía clásica. Las piezas de órgano, a cargo del maestro Henri Barthés de Saint-Chinian (Hérault), fueron tomadas del repertorio de los autores clásicos españoles de los siglos XVI-XVII (época de oro del arte organística). El sagrado rito se desarrolló con un sentido litúrgico impecable.

Tras la celebración eucarística, el Sr. Patrick Banken, presidente de UNA VOCE FRANCE (foto), presentó el programa de la Jornada. A continuación se dio paso a la comida, durante la cual los presentes pudieron confraternizar y conocerse. Las intervenciones las abrió el presidente Banken, quien disertó sobre la transmisión del tesoro litúrgico, lo que le permitió plantear una redefinición de los objetivos fundamentales del movimiento UNA VOCE. El maestro Jean-Michel Sanchez, docente universitario, historiador del arte, musicólogo y organista, que no pudo asistir por motivos de fuerza mayor envió una comunicación sobre la situación de la música sacra en el presente, subrayando la necesidad de no separarla de su aspecto cultual y religioso, pues muchas veces se la reduce a un mero “chill-out relajante” o a su aspecto cultural concertístico. Por el contrario, el canto gregoriano nació y se desarrolló con la liturgia, como expresión espiritual y doctrinal de la fe católica, y es en ese contexto donde debe continuar expandiéndose. En contra de la tendencia de muchos que suelen confinar al gregoriano a la categoría de música para ciertas élites culturales, se subrayó su carácter de “canto para los más sencillos, para los más pobres”, nacido entre el pueblo y para el pueblo.

El lema que como consigna pidió a todas las scholae y corales fue el de “agir”, es decir pasar a la acción. Se trata de emprender acciones concretas, muy especialmente por parte del laicado, apoyando y empujando a los sacerdotes a confiar en el gregoriano mediante las corales ya establecidas o a fundar. Se constató que es sorprendente y maravillosa la acogida que entre muchos alejados de la práctica católica, con motivo de una visita a una iglesia o recinto religioso, tiene siempre el canto gregoriano, despertando simpatías insospechadas entre los profanos, que, paradójicamente, han sido en tiempos recientes sus más fervientes difusores. Por eso, es bueno y aconsejable aprovechar las ocasiones que brindan las fiestas patronales de los pueblos o las celebraciones religiosas de asociaciones gremiales y civiles, para promover el apostolado del canto en la Iglesia.

Tras la lectura de esta conferencia, seguida con interés por un público entregado, formado esencialmente por seglares comprometidos con la difusión litúrgica en sus más variados aspectos, pronunció su conferencia el historiador Jean de Viguerie (foto), que fue recorriendo los datos estadísticos de la práctica religiosa en Francia desde el siglo XVIII y la Revolución de 1789 y la desolación religiosa que le siguió hasta nuestros días. Fue sumamente interesante constatar cómo tras la abolición del culto y la persecución del clero, a partir de 1801 con el nuevo Concordato francés la práctica religiosa de los católicos franceses se sitúa entorno a un 50% y que el siglo XIX, a pesar de los ataques frontales contra la fe católica y la Iglesia, fue un siglo de gran vitalidad fundacional y de santidad preclara, manteniendo esa estadística de práctica y asistencia dominical a la Santa Misa hasta la Gran Guerra (1914-1918).

A partir de los años 40, con la Misión de Paris y la fundación de los movimientos especializados de Acción Católica (JOC y todas sus ramas) los sacerdotes ( como los PP. Godin y Daniel, sus principales promotores) ponen su acento en llevar la palabra de Dios y la fe en Cristo, especialmente al descristianizado mundo obrero, pero ya no ponen su acento en la necesidad de la gracia ni tampoco en la asistencia a la misa dominical, exigencia que juzgan un tanto excesiva: la práctica religiosa se sitúa en los años 60 entorno al 25%. Pocos años después, tras la promulgación del Novus Ordo Missae y el nuevo Misal en 1970, aquélla cae al 18% en 1976. Los obispos subrayan que hay que preferir la calidad a la cantidad. Finalmente, y aunque hay que diversificar las regiones, hoy no supera el 2% o, como máximo, el 4% en algunos lugares. Este estado de cosas forma parte de un análisis de la actual situación religiosa en Francia que fue matizando y perfilando con acierto el prestigioso profesor universitario emérito.

En el recinto de la Abadía fueron numerosos los puestos con las publicaciones y grabaciones musicales de las asociaciones católicas de Montauban, Montpellier, Beziers, Perpiñán… todas ellas del Mediodía francés, que constituyeron la asistencia mayoritaria a este encuentro, aunque ha de subrayarse la presencia de fieles de Paris, Cahors, de la lejana Bretaña o de la vecina Cataluña (España).

Entre los sacerdotes presentes figuraron varios pertenecientes a la Fraternidad Sacerdotal San Pedro y al Instituto de Cristo Rey Sumo Sacerdote; también destacaron los canónigos regulares de San Agustín de la vecina y floreciente abadía de Santa Maria de Lagrasse. Como representante de Roma Aeterna acudió el sacerdote barcelonés Mossèn Francesc Espinar Comas, apóstol e incansable estudioso de la liturgia tradicional en nuestro país, a quien debemos esta crónica de la Jornada. El presidente de ROMA AETERNA y Secretario de la FEDERACIÓN INTERNACIONAL UNA VOCE (FIUV), impedido por razones de salud, envió un mensaje personal al presidente Patrick Banken.

La Jornada concluyó con las Solemnes Vísperas gregorianas y la Exposición Mayor del Santísimo Sacramento con la bendición eucarística. Fue realmente una experiencia intensa y edificante, en la que se pudo comprobar la vitalidad, el entusiasmo y la capacidad de organización de la dinámica asociación UNA VOCE FRANCE, a la que vaya desde estas líneas nuestra más calurosa felicitación por un evento que queda como ejemplo para las demás asociaciones hermanas. Esperamos poder pronto celebrar uno semejante en España.



viernes, 9 de octubre de 2009

Bienvenida a las nuevas asociaciones hispanoamericanas de la FIUV

Tenemos el gran gusto de informar a nuestros lectores que con fecha 6 de octubre ppdo., por resolución de Leo Darroch, presidente de la Foederatio Internationalis Una Voce (FIUV), después de la aprobación del Consejo federativo, han sido admitidas en ella cuatro nuevas asociaciones del ámbito hispanoamericano: UNA VOCE MÉXICO, UNA VOCE COLOMBIA, UNA VOCE CASABLANCA-CHILE y ASOCIACIÓN SAN PÍO V-UNA VOCE PERUVIA. La incorporación de éstas como miembros de pleno derecho de la FIUV refuerza la presencia de la organización en el continente que constituye hoy por hoy una de las grandes esperanzas de la Iglesia, añadiéndose a las ya existentes y beneméritas MAGNÍFICAT-UNA VOCE CHILE (decana de las asociaciones americanas y una de las fundadoras de la Federación Internacional) y UNA VOCE ARGENTINA.

Es significativo que la entrada en la FIUV de los cuatro nuevos grupos coincida con la conmemoración del septuagésimo quinto aniversario del XXXII Congreso Eucarístico Internacional de Buenos Aires (foto abajo), que tuvo lugar en octubre de 1934, presidido por el entonces cardenal Eugenio Pacelli, secretario de Estado y legado del papa Pío XI. Este magno acontecimiento marcó un importantísimo hito en la vida de la Iglesia americana, que, por primera vez veía reunida a toda su jerarquía desde la celebración del Tercer Concilio Limense (1582-1583), que organizó la gran obra de evangelización del Nuevo Mundo. Por encima de las diferencias históricas, económicas, políticas y administrativas que pueda haber entre las distintas naciones hispanoamericanas lo cierto es que existe un factor común a todas ellas, que constituye un poderoso y fuerte vínculo de unidad y de fraternal entendimiento: la religión católica, vehiculada a través de la lengua española, en la que aprendieron a rezar las Indias.




Como en España, en Hispanoamérica no ha sido fácil defender la causa de UNA VOCE, que es la causa de la Santa Misa de siempre, la que, gracias a Dios, el papa Benedicto XVI ha querido sacar de un injusto ostracismo. Desde la entrada en vigencia de su motu proprio Summorum Pontificum algunos pasos tímidos han sido dados hacia su aplicación en las tierras americanas de habla española (como en México, Chile y Perú), pero todavía hay mucho camino por recorrer, venciendo reticencias incluso de parte de los Obispos, que deberían ser los primeros en hacerse eco de la clara voluntad del Santo Padre para establecer la Pax Liturgica en el seno de la Iglesia. En esto, la labor de UNA VOCE puede ser no sólo importante sino decisiva. Ése es el reto que se les presenta a las nuevas asociaciones en colaboración con sus hermanas mayores, reto para el que ROMA AETERNA les ofrece su más decidido y sincero apoyo, que es también, por supuesto, el de UNA VOCE HISPANIA.

Que Nuestra Señora de Guadalupe, reina de México y emperatriz de América, bendiga y proteja a las nuevas asociaciones hermanas y que Rosa de Lima, primicia de santidad en el Nuevo Mundo, Toribio de Mogrovejo, Francisco Solano, Juan Diego Cuauhtlatoatzin, Felipe de Jesús, Rafael Guízar y Valencia, José de Betancourt, Mariana de Jesús Paredes, Roque González de Santa Cruz, Luis Beltrán, Pedro Claver, Ezequiel Moreno, Martín de Porras, Juan Masías, Teresa de Jesús de los Andes, Luis Alberto Hurtado Cruchaga, Héctor Valdivielso, José de Anchieta, los mártires cristeros y tantos y tantos testigos de la fe católica intercedan por ellas y les obtengan de la Divina Providencia las gracias necesarias para que su apostolado sea fecundo y fructífero.

sábado, 3 de octubre de 2009

Cómo asistir a misa (posturas y gestos)


Al haberse descontinuado durante mucho tiempo la celebración de la Santa Misa según el rito romano clásico en la mayoría de iglesias y santuarios católicos, los fieles olvidaron cómo se ha de asistir exteriormente a ella: las posturas y gestos correctos se han convertido para ellos en algo difícil de dilucidar y cada quien sigue su real saber y entender, a veces con acierto y otras con fallos que la buena voluntad excusa. Es por ello por lo que hemos querido en estas líneas ofrecer unas indicaciones útiles para que la asistencia al santo sacrificio sea decorosa, devota, participativa (según el espíritu de la encíclica Mediator Dei de Pío XII, el auténtico ideal del Concilio Vaticano II al hablar de “actuosa participatio”) y, sobre todo, litúrgica.

Comenzaremos diciendo que no se está de igual manera e indistintamente en todas las misas. Hay que atender a la clase de celebración de la que se trate, por lo que vale la pena recordar los diferentes tipos de misa según su solemnidad externa (refiriéndonos sólo a la oficiada por un simple sacerdote, no a las pontificales):

a) Misa solemne (missa solemnis): la que se celebra con ministros (diácono y subdiácono), canto e incienso.
b) Misa cantada (missa cantata) o solemnizada: la que se celebra con canto, pero sin ministros ni incienso (en España, sin embargo, hay privilegio para el uso del incienso).
c) Misa rezada (missa lecta) o privada: la que se celebra con sólo uno o dos ayudantes o monaguillos.

La solemne es la forma de celebración natural e ideal de la misa y sus ceremonias traen su origen de la antigua misa estacional papal. De hecho, el rito básico usado para la reforma tridentina del Misal Romano estaba contenido en el Ordo Missae de Burcardo (1502), maestro de ceremonias de cinco papas entre finales del siglo XV y principios del XVI, y las notas de Paris de Grassis, su sucesor en 1506. Estos dos prelados recogieron las tradiciones de la capilla papal y de la Curia Romana, que provenían de muy antiguo, remontándose hasta época patrística. La misa rezada es, en realidad, la forma simplificada de la misa solemne, que se fue introduciendo al difundirse la vida monástica y para satisfacer la devoción de los sacerdotes, que comenzaron a celebrar el santo sacrificio diariamente.

Una aclaración que debe hacerse respecto de la misa rezada: cuando se la llama también “privada” sólo es por razón de la solemnidad (ya que, al ser celebrada por un solo sacerdote, éste recita en voz baja las oraciones, siendo respondido normalmente sólo por el sirviente). De ninguna manera se habla de “misa privada” como si se tratase de un acto particular, ya que la liturgia es siempre el culto público que la Iglesia rinde a Dios por medio de Jesucristo. La misa rezada o privada se equipara hoy a la missa sine populo (terminología usada para el rito romano moderno), pero sea como sea nunca significa que la misa se ha de celebrar a puertas cerradas o de modo catacumbal. Los fieles tienen derecho a asistir a misa sea cual sea la solemnidad con la que se oficia. Por eso (y dicho sea de paso), quienes pretenden impedir que éstos concurran a una “misa privada” o “sine populo” celebrada según el Misal Romano de 1962, van en contra del espíritu y la letra del motu proprio Summorum Pontificum.

Vamos ahora a la cuestión del modo de asistir a la Santa Misa según sus distintas categorías.

1) Misa solemne


Si es domingo y precede el Asperges, se levantan todos a la entrada del sacerdote celebrante y se arrodillan al entonar éste la antífona. Al continuar el coro, vuelven a levantarse, haciendo inclinación y persignándose cuando pasa el sacerdote con el hisopo aspergiendo. Después de los versículos y la oración, al ir el sacerdote a deponer el pluvial y tomar la casulla, se pueden sentar.

Al sonar la campanilla y acceder la procesión del clero al altar: de pie (si se procede per longiorem por el pasillo del medio de la nave, se hace inclinación a la cruz procesional y al celebrante).

Al inicio del canto del Introito y durante él: de rodillas.

A los Kyries y hasta el final de la Colecta: de pie.

Durante el canto de la Epístola, del Gradual (o Tracto) y el verso aleluyático (con la Secuencia, si la hay): sentados.

Al Dominus vobiscum que precede al Evangelio y durante el canto de éste por el diácono: de pie, vueltos hacia el Misal.

A la homilía: sentados.

Al canto del Credo: de pie (genuflexión al Et Incarnatus est).

Al canto de la antífona del Ofertorio: sentados.

A la incensación del pueblo: de pie (con inclinación al turiferario antes y después de la incensación).

Después de la incensación y hasta el principio del diálogo que precede al Prefacio: sentados.

Al principio del diálogo que precede al Prefacio, durante el canto del Sanctus y hasta el Hanc igitur del Canon: de pie.

Al Hanc igitur del Canon, durante éste y hasta el Per omnia saecula saeculorum del final de éste: de rodillas.

Al Amen que cierra el Canon y hasta el final del canto del Agnus Dei: de pie.

Al Domine, non sum dignus y hasta las abluciones: de rodillas.

Después de las abluciones y hasta el Dominus vobiscum que precede a la Postcomunión: sentados.

Al Dominus vobiscum que precede a la Postcomunión, durante ésta y hasta el Ite, Missa est: de pie.

A la bendición: de rodillas.

Al Último Evangelio: de pie, vueltos hacia el extremo izquierdo del altar (como el celebrante lo dice en voz sumisa no se responde Deo gratias). Genuflexión siguiendo la del sacerdote.

Al volver la procesión del clero a la sacristía: de pie (si se procede per longiorem por el pasillo del medio de la nave, se hace inclinación a la cruz procesional y al celebrante).

2) Misa cantada


Si es la misa mayor dominical y precede el Asperges, se levantan todos a la entrada del sacerdote celebrante y se arrodillan al entonar éste la antífona. Al continuar el coro, vuelven a levantarse, haciendo inclinación y persignándose cuando pasa el sacerdote con el hisopo aspergiendo. Después de los versículos y la oración, al ir el sacerdote a deponer el pluvial y tomar la casulla, se pueden sentar.

Al sonar la campanilla y acceder el celebrante y los sirvientes: de pie.

Al inicio y hasta el Introito: de rodillas.

Al Introito y hasta el final de la Colecta: de pie.

Durante la Epístola, el Gradual (o Tracto) y el verso aleluyático (con la Secuencia, si la hay): sentados.

Al Dominus vobiscum que precede al Evangelio: de pie, vueltos hacia el Misal.

A la homilía: sentados.

Al canto del Credo: de pie (genuflexión al Et Incarnatus est).

Al Ofertorio: sentados.

A la incensación del pueblo: de pie (con inclinación al turiferario antes y después de la incensación).

Después de la incensación y hasta el principio del diálogo que precede al Prefacio: sentados.

Al principio del diálogo que precede al Prefacio, durante el canto del Sanctus y hasta el Hanc igitur del Canon: de pie.

Al Hanc igitur del Canon, durante éste y hasta el Per omnia saecula saeculorum del final de éste: de rodillas.

Al Amen que cierra el Canon y hasta el final del canto del Agnus Dei: de pie.

Al Domine, non sum dignus y hasta las abluciones: de rodillas.

Después de las abluciones y hasta el Dominus vobiscum que precede a la Postcomunión: sentados.

Al Dominus vobiscum que precede a la Postcomunión, durante ésta y hasta el Ite, Missa est: de pie.

A la bendición: de rodillas.

Al Último Evangelio: de pie, vueltos hacia el extremo izquierdo del altar (genuflexión al Et Verbum caro).

Al volver el celebrante y los sirvientes a la sacristía: de pie.

3) Misa rezada o privada


Al sonar la campanilla y acceder el sacerdote al altar: de pie.

Al comenzar la misa hasta el Dominus vobiscum que precede a la Colecta: de rodillas.

Al Dominus vobiscum que precede a la Colecta y durante ésta: de pie.

Durante la lectura de la Epístola y del Gradual (o Tracto) y el verso aleluyático (con la Secuencia, si la hay): sentados.

Al Dominus vobiscum que precede el Evangelio y durante la proclamación de éste: de pie, vueltos hacia el Misal.

A la homilía: sentados.

Al Credo: de rodillas.

Al Ofertorio y hasta el principio del diálogo que precede al Prefacio: sentados.

Al principio del diálogo que precede al Prefacio y hasta el Sanctus: de pie.

Al Canon, durante éste y hasta las abluciones: de rodillas.

Después de las abluciones y hasta el Dominus vobiscum que precede a la Postcomunión: sentados.

Al Dominus vobiscum que precede a la Postcomunión y durante ésta: de pie.

Después de la Postcomunión y hasta la bendición: de rodillas.

Al Dominus vobiscum que precede al Último Evangelio y durante éste: de pie, vueltos hacia el (genuflexión al Et Verbum caro factum est).

A las preces leoninas: de rodillas.

Al marchar el sacerdote del altar a la sacristía: de pie.

Nota: Hay quienes prefieren permanecer de rodillas durante toda la misa excepto a los dos Evangelios, costumbre laudable. Sin embargo, es signo de poca cortesía eclesiástica permanecer de rodillas cuando entra o sale el sacerdote, a quien se debe respeto por estar revestido de la potestad de Jesucristo, en cuya persona celebra. Este respeto se manifiesta levantándose al llegar él al altar para la misa y al marcharse acabada ésta.




Gestos durante la Santa Misa

1.- Los fieles se santiguan:

- Al inicio de la Misa.
- Al Adiutorium nostrum.
- Al Indulgentiam.
- A las primeras palabras del Introito.
- A las palabras Cum Sancto Spiritu in gloria Dei Patris del final del Gloria.
- Al inicio del Evangelio se signan tres veces (una en la frente, otra en los labios y otra en el pecho), pero no se santiguan.
- Al final del Evangelio, cuando el sacerdote dice Per evangelica dicta.
- Al inicio y final de la homilía.
- Al Et vitam venturi saeculi del Credo.
- Al Benedictus.
- Al Indulgentiam antes de la comunión del pueblo.
- A la bendición final.
- Al Último Evangelio se signan tres veces (una en la frente, otra en los labios y otra en el pecho), pero no se santiguan.


2.- Las inclinaciones son de tres clases: máxima, media y mínima. La máxima consiste en inclinar la cabeza con el tronco (sin doblarla) hasta un ángulo de unos 45°; la media, en inclinar ligeramente la cabeza con el tronco ligeramente (como hasta ver la punta de los pies), y la mínima, en inclinar sólo la cabeza. Teniendo en cuenta esto, los fieles hacen inclinación (sólo estando sentados o de pie, pero nunca de rodillas):

- Al paso de la procesión del clero al ir hacia el altar en las misas soelmnes: a la cruz procesional (profunda) y al sacerdote celebrante (media).
- Al Gloria Patri del Introito (máxima).
- En el Gloria: al inicio, y a las palabras Adoramus Te, Gratias agimus Tibi propter magnam gloriam Tuam, (Domine, Fili Unigenite) Iesu Christe, Suscipe deprecationem nostram y (Tu solus Altissime) Iesu Christe (máxima).
- En la Colecta: a la invitación Oremus (media); al nombre de Jesús (máxima), de María (media), de San José y del santo o santos cuya fiesta se celebra (mínima), al nombre del Papa (mínima) y a la conclusión si se pronuncia el nombre de Jesús (profunda).
- En la Epístola y en el Evangelio: cada vez que se pronuncia el nombre de Jesús (máxima), María (media) y José (mínima).
- En el Credo: al inicio, y a las palabras (Et in unum Dominum nostrum) Iesum Christum y (Qui cum Patre el Filio simul) adoratur (máxima).
- A la incensación: antes y después de la incensación del pueblo (mínima).
- Al Gratias agamus Domino Deo nostro del diálogo antes del Prefacio (máxima).
- Al inicio del Sanctus (máxima).
- Al Agnus Dei (máxima)
- En la Postcomunión: como en la Colecta.
- Al paso de la procesión del clero al volver a la sacristía en las misas solemnes: a la cruz procesional (profunda) y al sacerdote celebrante (media).


3.- Los fieles hacen genuflexión:

- Al Et incarnatus est de Spiritu Sancto ex Maria Virgine, et homo factus est del Credo.
- Al Et Verbum caro factum est, et habitavit in nobis del Último Evangelio.
- Cada vez que se indica en el Propio de algunas misas.


4.- Los fieles se percuten el pecho:

- Al mea culpa del Confíteor (tres veces), tanto en la Antemisa, como antes de la comunión de los fieles.


Estas indicaciones suponen aquella participación eminente y más perfecta de la que hablaba Pío XII en su encíclica sobre Sagrada Liturgia, es decir cuando se sigue el santo sacrificio con el misal manual, para rezar con las mismas oraciones de la Iglesia. Esto debería ser el ideal al cual conformarse; no obstante, unirse a la celebración mediante la contemplación, la meditación, recitar oraciones alusivas a las distintas partes de la misa u otros actos piadosos (como el rezo del Santo Rosario), cuando no se posee la destreza con el misal manual o simplemente no se puede hacer uso de él por cualquier otro motivo, no es de ningún modo censurable y constituye otra manera lícita de participación, aunque menos perfecta (lo que no presupone un mayor o menor fervor). Aquí son los sacerdotes, los que tienen una tarea apostólica y didáctica que desarrollar, instruyendo a los fieles en la participación litúrgica en la Santa Misa y en el manejo de los misales manuales y el conocimiento del tiempo y espacio sagrados.